Señor
Joseph Cáceres
periodista
Estimado amigo y colega:
El respeto que te has ganado en el largo ejercicio de un periodismo que prácticamente ha hecho escuela en una de las vertientes de la comunicación social, casi me obliga a hacerte destinatario de estas precisiones.
Lo hago en respuesta a la andanada de mentiras mal coordinadas que te mandó recientemente Rafael Vargas, el jefe de la cuadrilla de espalderos que actuó la noche del concierto de Pedro Guerra, que es la misma persona que dirigió esa acción infame y desproporcionada.
Ante todo, gracias del alma por el apoyo y la solidaridad que me has ofrecido en este momento difícil.
1. Yo no me infiltré en la Sala Principal del Teatro Nacional. Infiltrar, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es entrar subrepticiamente en un lugar con propósitos malsanos. Yo entré al edificio del Teatro Nacional para hacer una entrevista, respetando todas las reglas de la cortesía. Pedí permiso y me lo concedieron, dije buenas tardes y me respondieron. Nadie me detuvo, nadie me recriminó mi presencia y nadie me planteó ninguna restricción.
2. Es absolutamente incierto que los espalderos de Saymon Díaz dijeran "por favor, tiene que acompañarnos al lobby". No. La cosa no fue tan maravillosa como él la cuenta. Desde el primer momento, Rafael Vargas estuvo profiriendo amenazas y haciendo galas de una soberbia desbordante.
3. Tampoco es cierto que fuera tan simple como "lo levantamo.s lo tomamos por el brazo y lo levantamos del asiento y procedimos a sacarlo de la sala". El momento no fue tan maravilloso como él lo está planteando. Fue de la siguiente manera: él no me levantó por brazo, él me levantó por el cuello, luego de que me hiciera fuerza como si me estuviera ahorcando. Después que me sacó de la silla por el cuello, me puso violentamente en el pasillo, y allí, hecho una furia de arrogancia, me empezó a retorcer el brazo izquierdo sobre la espalda. Y así, en esas humillantes condiciones, me llevó a la fuerza al lobby, de allí me condujo al pasillo norte de la edificación y, después de recorrer un pequeño pasillo que hay por esa área, me saco, siempre a la fuerza, por la puerta que da al parqueo de la calle Pedro Henríquez Ureña.
Una cosa debe quedar clara, amigo Joseph Cáceres, y es que si yo me hubiera resistido, con el derroche de arrogancia desatado por aquellos hombres y con toda la violencia que caracterizó en todo momento su comportamiento, puedes estar seguro de que hoy no te lo estuviera contando.
Toma en cuenta que mientras ellos tenían la fuerza bruta, yo tenía una libreta y una grabadora.
Considero que, más allá de lo que constituye un incalificable atropello a la persona y un evidente ultraje moral, allí hubo un impedimento intencional a un ejercicio consagrado constitucionalmente en este estado de derecho, como lo es el derecho a la información y al ejercicio periodístico.
¿Quien dijo que la libertad de informar, en este caso, la libertad de hacer una de las acciones previstas para hacer efectivo ese derecho, puede estar en manos de personas armadas, que ni siquiera eran autoridad del Teatro Nacional, y que están mas cercas de la condición paramilitar que de la condición institucional? ¿Quien lo dijo?
Es imposible buscarle palabras bonitas a un acto tan feo, tan bochornoso, tan degradante, tan inedeseable y tan desporpocionado.
Creo que esta es una oportunidad para hacer valer el derecho que tiene el periodista de acceder a las fuentes de información, y con ello, decirle a la sociedad que nuestro oficio -el oficio de buscar historias para contarlas- tiene dignidad, y esa dignidad hay que respetarla.
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