sábado, 26 de abril de 2008

El mejor maestro del mundo tiene tres años


Es libre y seguro.
Juega a nadar como un pez en el piso de la casa, salta cuando le da la gana y si quiere guardar silencio, no habla aunque le ruegues. ¡Déjame vivir, tía! ha aprendido a repetir y ahora usa ese argumento contra cualquier intromisión en su espacio cuando quiere estar tranquilo.

No conoce de convencionalismos. Por presumir de tener sobrino, uno de sus tíos lo llevó a una fiesta en el Palacio Nacional durante la navidad. A Christopher le pareció aburridísima y exigió que lo sacaran de allí. ¡Qué remedio!


Disfruta
En su mundo de fantasía, Cristopher tiene un carro para ir a un pueblito del Suroeste llamado Tamayo, pero también puede viajar en un caballito de juguete que cabe en su puño. ¡Es tan feliz durante el viaje!

Le encanta el helado de chocolate, pero también come vegetales y frutas. A cada cosa le encuentra su encanto, hasta al pelo desgreñado de una mujer recién levantada. ¡Qué linda! dice al ver a cualquier dama con las greñas sueltas y tiene como costumbre desbaratar cualquier peinado por elegante que sea, con tal de observar el cabello libre.

Le gustan los peces, los dibujos de peces, la música, pintar cualquier cosa que se le ocurra y jugar con los libros.

Expresa el afecto
Reparte abrazos y besos sin preocuparse de quien lo esté mirando. “Te quiero mucho”, dice a su mamá, a sus tíos o a su hermanita de diez años cuando está de humor. No hace cálculos de afecto, no piensa que no debe abrazarte porque se te olvidó saludar o no lo llamaste ayer. Te recibe siempre con el mismo cariño.

Si escucha la canción de Barney, es un encanto repartiendo abrazos al ritmo de “te quiero yo y tú a mí...”.

Y puedo decirles que nunca he conocido a nadie tan feliz…

Foto: Cristhoper y su hermana Orquídea

miércoles, 2 de abril de 2008

El derecho a ser distraída y no ser asaltada

Asaltada por tercera vez, me niego a encerrarme en casa. Tengo derecho a transitar por la ciudad sin paranoia, sin cuidarme de las sombras y de los miedos. Recriminada por andar despreocupadamente en cualquier calle, reivindico el sagrado derecho a ser distraída.

Me niego también a dejar de visitar ciertas zonas de mi barrio o de la ciudad por menos exclusivas que sean. Abandonar los espacios por miedo es dejar de ejercer un derecho ciudadano y lo digo apenada y aterrada por el último asalto.

El lunes a las 3:00 de la tarde, andando muy distraídamente por una acera de la calle Real de Villa Duarte, camino a casa de un amigo, luego de un día perdido haciendo gestiones en bancos comerciales, un jovencito, creo que adolescente, me quitó la cartera o mejor dicho se la entregué, previa amenaza de golpearme.

El chico salió corriendo y subió a un motor donde lo esperaba otro jovencito. Así se dieron a la fuga, supongo que a esconderse en alguno de los callejones donde les ha tocado subsistir.

¿Qué hacer? De momento, yo seguiré visitando a mi amigo en su casa, en su calle, si el miedo me lo permite. ¿Qué harán ellos? Seguir robando, sobrevivir.

Aunque en principio tenía ganas de matarlos, ahora sólo siento pena por los pobres chicos. Debe ser duro asaltar como forma de vida. Peor para ellos si pueden dedicarse a otra cosa y sólo han aprendido a escoger lo peor. ¿Qué familias, que clubes, que amigos, que comunidades fallaron? ¿Qué islas de falsa seguridad estamos creando en una ciudad cada vez más excluyente?

He pensado que ellos y yo, al fin de cuentas, sólo somos víctimas de la ciudad.