domingo, 24 de febrero de 2008

Radio Enriquillo, la Amiga del Sur





¿Por qué ser periodista? porque gracias a Radio Enriquillo, desde la cómoda posición de oyente, aprendí que el periodismo puede servir para pregonar injusticias y de vez en cuando, de tanto dar el cántaro al río, la comunidad se moviliza y la justicia se hace presente.

Porque los periodistas eran héroes recorriendo caminos impenetrables, contando de un desalojo injusto con un grabador en la mano y una libreta en la otra, viendo los hechos. No había muchas notas de prensa a las que aferrarse y el periodismo era ese ejercicio maravilloso de ver y contar, al menos así lo percibía una chiquita de 10 años que casi se alfabetizó leyendo folletos de periodismo y comunicación popular. Hija de periodista al fin.

Porque, a pesar de ser héroes, esos reporteros no tenían vocación de sacerdotes para ir dando sermones, ni de guías espirituales, ni aspiraban a ser protagonistas. Informaban y de vez en vez opinaban con humildad, separando lo uno de lo otro, con pasión, pero sin creerse dueños de la verdad absoluta. No aspiraban a nada más que a ser buenos periodistas, mantener sus familias y vivir con decencia.

En fin, creo que la razón por la que soy periodista es por haber nacido en Tamayo y crecer escuchando Radio Enriquillo, pero, la vida me ha llevado por los caminos de la prensa escrita, tan apasionante y absorbente. No he hecho el periodismo que me cautivó, el primer amor, el periodismo radiofónico.

He amado, y a pesar de los pesares, amo tanto los diarios y las revistas: leerlos, escribirlos, mimar una historia y hasta pelearme por una noticia mal escrita por otros o por mí -sobre todo en esos días en que anda una enamorada de un tema o de un reportaje (no en esas horas fatales, de total desdicha, en las que vas por ahí tirando lo que escribes, deseando ser un aburrido contable) que casi me había olvidado de la radio, mi amor platónico.

Aunque tal vez ese sea uno de esos sueños que no vale la pena romper con la realidad. Quizás el ritmo de la radio y el mío no se acomodan. La radio necesita de amantes rápidos, nerviosos, hiperactivos hasta la locura; no de los mimadores de historias del periodismo matutino o de revistas; o de los novios más rápidos y divertidos, pero tal vez menos vitales, del periodismo digital.

“A quien Dios se lo dio…San Pedro se lo bendiga” a falta de la experiencia y el talento para trabajar la radio, les dejo con la columna de Tomás Aquino Méndez, uno de los primeros periodistas de ese proyecto que está de aniversario y lo cuenta desde la voz del reportero. http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=49234

martes, 19 de febrero de 2008

La cédula de “los morenos”


De tanto sufrirlas, los pasajeros de las rutas Suroeste-Santo Domingo nos hemos acostumbrado a soportar las necedades de los guardias de puestos de control que, salvo honrosas excepciones, sólo controlan su negocio particular.

Todos sabemos el procedimiento. Piden la cedula a “los morenos”-haitianos en el lenguaje despectivo de los militares- y esporádicamente gritan: “vamos a revisar los bultos”. Total, que casi nunca se entregan documentos y el cobrador de la guagua, para evitar las molestias a los pasajeros y la pérdida de tiempo, se transa con la autoridad correspondiente y el chequeo queda en el olvido.

Pero, de vez en vez, “los morenos” tienen que mostrar sus documentos y- ¡oh sorpresa!-los guardias confunden a algunos dominicanos con “morenos”, lo que nos hace sufrir la típica discusión que inicia con alguna de estas frases: “tú me ves cara de haitiano”, “más haitiano eres tú”.

El pasado domingo, de regreso a la capital, sufrí la escena en el puesto de control de Azua, mientras viajaba en una guagua de Neyba. En esta ocasión, el guardia de turno olvidó incluir la palabra “moreno” en la introducción de la payasada habitual.

Se limitó a decir: “Denme la cédula”, a lo que una mulata con más leche que café y unas curvas voluptuosas respondió indignada que ella no le entregaba su cédula a nadie. El guardia, un mulato con más café que leche, de una ignorancia indigna de su belleza, respondió: “pero eso es a los morenos que le estamos pidiendo la cédula, tú eres rubia”.

Llovieron las carcajadas y las conversaciones sobre los matices de la piel que aquí tanto importan. La “rubia” dijo, como quien habla de un marciano, que ella había conocido a una haitiana blanca “que ni parecía haitiana”. Por supuesto, ningún “moreno” dominicano de los que participaba en la discusión se consideraba negro. ¿Trastorno colectivo de la imagen?

Para variar, ni la “rubia”, ni un italiano que iba en la guagua, ni “los morenos” tuvieron que entregar la cédula y por supuesto, a nadie le registraron su equipaje en busca de drogas, clerén, madera o algún electrodoméstico o alimento de los que llegan a Jimaní de contrabando para integrarse a la economía de subsistencia del Suroeste. ¡Hasta el próximo viaje!

domingo, 10 de febrero de 2008

Ah! las promesas

En el Suroeste esperan que el presidente Leonel Fernández cumpla su promesa de hacer la presa de Monte Grande. Muchos entienden que impulsaría el desarrollo de varios pueblos que ahora sobreviven entre remesas y milagros. Dale al siguiente enlace http://www.listin.com.do/app/article.aspx?id=47519 y lee como lo cuenta Tomás Aquino Méndez en su columna Expresiones publicada en el Listín Diario.

sábado, 9 de febrero de 2008

Las historias que no vemos en los periódicos


Hay historias que casi nunca están en los periódicos. Son historias que cuestionarían hasta el fondo los cimientos de la sociedad en la que circula el medio. Grandes conflictos de intereses, defectos del sistema que nos arrastrarían a todos. Rara vez no son publicadas por la censura o la autocensura en sentido estricto. Simplemente todos nos volvemos ciegos ante lo evidente, hartos de verlo o inconscientemente temerosos de sus consecuencias, de las “vacas sagradas” que caerían al abismo, de los esquemas que se nos destrozarían.

Pero, en ocasiones, las historias que no se reflejan en las páginas de un periódico, son sólo historias sencillas, pequeñitas y que muestran mucho de la vida de las comunidades. Pasan desapercibidas para nosotros, los periodistas, mientras corremos por la devoradora rutina de los días, liados, como casi siempre estamos, por seguir la última gran historia para publicarla antes que la competencia, prestando atención a la gran catástrofe, a la última declaración de alguien “importante”, al gran análisis macroeconómico o agotados del último pleito en la redacción por defender un enfoque, una idea, una historia, un estilo, un derecho o un compañero, y de vez en cuando, sólo por mantener la propia terquedad, hastiados por la presión nuestra y la ajena.

Sucede que ahora que estoy-espero temporalmente-fuera de la maldita y maravillosa “devoradora rutina de los días”, he visto muchas de esas grandes y pequeñas historias en la calle, en las instituciones públicas que me ha tocado visitar para hacer algunos trámites y a través de gente conocida.

Les contaré una de las historias pequeñitas y silenciosas, hecha por gente que prefiere el anonimato, por eso me reservo sus nombres. Confieso que si en este momento yo trabajara en un diario, posiblemente tampoco encontraría donde ponerla, al menos no con este enfoque, pero creo que hay que empezar a buscarle un espacio. Esta es la historia de un hombre llamado José y de sus vecinos. (Pulsa aquí http://riamnymendez.blogspot.com/2008/02/la-historia-de-jos-y-sus-vecinos.html y entérate de quien es José)



Foto: Francisco Blasco

La historia de José y sus vecinos

José es un hombre de poco más de 30 años, que hace dos meses se paseaba por las calles de Villa Duarte con el hilo de la cordura roto, nadie sabe por qué. De vez en cuando cargaba algunos trastos viejos, unos anillos que han terminado por lesionarle las manos, un largo pelo lleno de polvo y una soledad más grande que el barrio.

¿Por qué José escogió Villa Duarte para deambular?, ¿desde cuándo? Sus vecinos no lo recuerdan. Lo cierto es que José, quien fuera, según rumores “un albañil fino” y un excelente maestro constructor, terminó viviendo en los alrededores de "El Farolito". Comía en la calle, dormía donde le tomara la noche, acompañado sólo por su mundo.

José ha logrado hacer comunidad y unir vecinos. Intentando ayudarle, la comunidad se ha fortalecido. Un sacerdote y un grupo de vecinas y vecinos-no todos católicos- lo han acogido. Le han acompañado al médico, han hecho una y mil gestiones con las autoridades y han puesto de su dinero, para comprarle los medicamentos que poco a poco le van devolviendo a la realidad.

Le han alquilado una casa y le han dado compañía. José nunca está solo. Cada tres horas, dos personas voluntarias le acompañan para cuidarle y conversar. Las señoras más cercanas a su casa, le pasan la comida. Quien no lo pude cuidar durante los días laborables, por sus responsabilidades de trabajo, familia o estudios, agota un turno de tres horas durante el fin de semana. Hace dos domingos, le acompañó de 3:00 a 6:00 de la tarde, una señora con sus tres hijos. El que nunca puede hacer turnos y es vecino cercano, ofrece hacer un jugo o llevarle del arroz con habichuelas al mediodía. Al menos tres hombres hacen turnos por la noche para cuidarle, mientras se recupera.

Para que se reencuentre con su familia, sus vecinos han empezado a recorrer calles, callejones y hasta un pueblo.

Como se está empezando a recuperar, hay quien habla de hacer gestiones para que consiga empleo y se integre plenamente a la vida en comunidad.

Pero, José es sólo un ejemplo de lo que se gesta en Villa Duarte, un barrio que ha logrado, con apoyo de jóvenes voluntarios, armar un campamento de verano para los niños del sector durante al menos dos años y en el que mal que bien, con los defectos propios de una sociedad de caciques y excesivos intereses particulares, se están empezando a fortalecer grupos que aportan soluciones, pero, también exigen derechos. Gente común que saca unas horas a la semana, tras largas jornadas del trabajo. Solidaridad, acción, capacidad de crítica y José. Algo así como la esperanza de que a pesar de los pesares, queda un poco de humanidad.

martes, 5 de febrero de 2008

"Tras las Huellas de Los Objetivos de Desarrollo del Milenio"


El pueblo que espera por los cambios del milenio

Riamny Méndez

El Seibo.- Un espectáculo de toros y atléticos hombres de bronce tocando atabales engalanan el centro del municipio cabecera de “La Provincia del Milenio”, a poca distancia de la ermita colonial que los domingos recibe a los feligreses con sus mejores galas.

Mientras, en la periferia, de vez en cuando unos niños juegan a pescar en las cañadas que llenan de aguas residuales el río Soco y más allá del “Pueblo del Milenio” que tiene energía eléctrica 24 horas, la comunidad rural Mata de Palma se está quedando aislada por falta de una carretera de 20 kilómetros.

Si quieres seguir leyendo este reportaje ve a la página 17 de la edición número 12 de la Revista Sociedad Civil. Un Espacio Para Tod@s, dedicada al tema de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en República Dominicana. Pulsa en este enlace.

http://portal.impulsar.org/index.php?option=com_docman&task=cat_view&Itemid=2&gid=6&orderby=dmdate_published (Tercer documento)

Foto: De Alianza ONG

domingo, 3 de febrero de 2008

Voz invitada, Tomás Aquino Méndez


Más que urgente

Tomás Aquino Méndez/ EXPRESIONES,

Listín Diario/3 de febrero de 2008

Es conmovedora, lacerante, increíble, la historia que narra el periodista Jonathan Kartz de la agencia noticiosa AP y que se publicó la semana que recién concluye en varios medios escritos nacionales y extranjeros. Es inaceptable que en el mundo haya seres que se alimenten con tierra, sal y aceite, aunque les llamen “galletitas” para engañar su hambre y su miseria.

Llega al alma la historia de Charlene Dumas, joven madre de 16 años, famélica, enferma y con un bebé que apenas acaba de ver la luz de la vida y padece una desnutrición crónica. Como él, hay cientos de niños que posiblemente no lleguen a la adultez, o tal vez ni a la adolescencia.

Eso duele más cuando se revisa el presupuesto que las grandes potencias destinan a la compra y fabricación de armas para matar. Se siente más la impotencia cuando se calcula la cantidad de millones de dólares que gasta Estados Unidos cada día en Irak y Afganistán matando personas inocentes e indefensas, mientras en Haití la gente muere de hambre.

El dolor es más intenso cuando se escuchan las mentiras de los gobernantes de las grandes potencias que hablan de defensa a los más necesitados, mientras nada hacen para detener ese drama que viven los hermanos haitianos. Con solo desviar una mínima, muy mínima parte de lo que destina Estados Unidos a la guerra, hacia los pobres de Haití, miles dejarían de comer “galletitas” de tierra. Cambiarían ese inusual “alimento” por verdaderas raciones que contribuirían a evitar la desnutrición que los afecta. Pero ese no es su interés.

Esa no es su prioridad, aunque en sus discursos engañosos hablan de solidaridad, de hermandad y confunden a muchos enviando pequeñas raciones de alimentos, de cuando en vez, a esta empobrecida nación. Que en Haití miles de familias se alimenten con tierra, convertida en “galletitas”, debe ser una vergüenza para todos los humanos sensibles de la tierra.

Fuente: www.listindiario.com.do