jueves, 31 de enero de 2008

Todos debemos rendir cuentas


Los ciudadanos y las ciudadanas se organizan para defender sus intereses empresariales o gremiales, para compartir pasatiempos, para luchar por las mejores y tristemente en ocasiones, por las peores causas.

Muchas de estas organizaciones exigen al Estado transparencia en su accionar, a veces-y debería ser con más frecuencia-también piden cuentas a las empresas o a organismos internacionales.

¿Deben las asociaciones y las ONG rendir cuentas? sí, deben rendir cuentas de sus objetivos, que se supone se orientan al bien público; de sus acciones y de sus recursos. De hecho, tienen la obligación de ser modelo a nivel institucional, como a nivel individual sirve de referencia un buen maestro de pueblo. Como no se desarrollan en el “Mundo de Alicia”, suelen tener los defectos de la sociedad en la que están, pero deben dejar la piel intentando ser ejemplo.

Y si reciben fondos públicos, ya sea a través de donaciones de empresas deducibles de ciertos impuestos, de organismos internacionales mantenidos por ciudadanas y ciudadanos de todos los países o de agencias de cooperación, la rendición de cuentas debe extremarse. La confianza es un bien muy preciado.


He tenido la oportunidad de participar en un proyecto sobre “Rendición de Cuentas en Organizaciones de la Sociedad Civil en Iberoamérica”, trabajando junto a José Ricardo Roques-investigador principal- y Addys Then en el capítulo dominicano.

Aunque es un estudio exploratorio y cualitativo, por tanto limitado, creo que ofrece datos interesantes sobre rendición de cuentas e imagen de organizaciones de la sociedad civil.

Ha sido un año de duro trabajo tanto en la investigación como para la coordinación y la publicación.

Algunos datos de monitoreo de medios y percepción son de finales de 2006. Pero, se sabe en ciencias sociales que hay percepciones más o menos estables en el tiempo, sobre todo si las circunstancias que las originan no han cambiado radicalmente y en ocasiones persisten incluso a pesar del cambio.

La metodología, el tiempo de inicio y el tiempo de publicación ha sido más o menos similar en los diez países participantes, que han hecho alguna modificación metodológica o de agenda para adaptar el proyecto a su realidad. Más de diez investigadores de América Latina y España han validado esta metodología.

Los estudios nacionales han sido aceptados por el Instituto de Comunicación y Desarrollo, de Uruguay, organización coordinadora de la iniciativa, auspiciada por la Fundación Kellogg.

Si te interesa el tema, puedes ver el estudio nacional dominicano publicado en enero de 2008 en este enlace.

http://portal.impulsar.org/index.php?option=com_docman&task=cat_view&gid=6&limit=5&limitstart=0&order=date&dir=DESC&Itemid=2

(Segundo documento, etiqueta Nuevo)





lunes, 21 de enero de 2008

“1984” o la importancia de que a la injusticia se le siga llamando injusticia

La Libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados.” George Orwell,1984 (Novela)

Riamny Méndez

La novela 1984, de George Orwell, es la historia del PODER como instrumento del PODER. Un Estado que no tiene más objetivo que preservar su burocracia y burócratas convertidos en esclavos del absurdo que defienden y por el que se sacrificarían y venderían a sus amigos. Todos son víctima del supremo interés del Gran Hermano, omnipotente y omnipresente.

Uno de los afanes de la maquinaria es crear un nuevo lenguaje, “la neolengua”, cada vez más pobre. Elimina palabras o les quita parte de su significado. “Libre” en “neolengua” sólo puede ser usada para decir, por ejemplo: “este perro está libre de piojos” (cita de la novela). Hablar de personas libres para plantear proyectos políticos alternativos o confrontar al poder es un sinsentido porque el lenguaje no lo permite.1.

En 1984 se retrata la dictadura perfecta: los dirigentes políticos a través del “doblepensar” se engañan a sí mismos y mienten a la vez que creen actuar rectamente -no tienen más sueños ni objetivos que el poder -, los documentos se arreglan constantemente para que no haya pruebas de los fracasos del pasado, los posibles disidentes se eliminan antes de que lleguen a serlo, la propaganda convence a todos los demás y el lenguaje se empobrece.

Si habláramos en “neolengua” la palabra injusticia no tuviera significado alguno, ni esa carga de impotencia y empatía ante el dolor de otro ser humano. Afortunadamente, nosotros gozamos de hermosos idiomas, ricos en palabras, matices y significados.

Sin embargo, a veces el poder y quienes deberían de cuestionarlo, utilizan el lenguaje para ocultar y no para decir. Se hace exactamente en el sentido contrario de la “neolengua”, creando palabras o frases o usándolas en contextos inapropiados que le quitan a la oración la carga emotiva, histórica e intelectual o simplemente dificultan el entendimiento.

Existe una tendencia a no decir injusticia en ningún contexto. Así, a una población de campesinos que ha vivido por generaciones en la misma tierra, la desalojan sin compensación alguna y hay quien habla de “comunidades en riesgo de exclusión”, de “poblaciones vulnerables” y cuanto más de inequidad o falta de “cohesión social”. El hecho sería una ilegalidad(o puede ser incluso legal), un conflicto mal manejado, un proceso que refleja la inequidad, pero jamás una injusticia.

Ni se diga del término pobreza. Si, siguiendo el ejemplo, producto de la injusticia del desalojo, los campesinos se tienen que dedicar a pedir en las calles para sobrevivir, no serían indigentes, ni pobres. Se convertirían en parte de “las comunidades menos favorecidas”. Frase engañosa y sin el sentido histórico que encierra pobre (por más que me digan que también hay pobres de alma y de espíritu, si usted no tiene ni letrina a donde ir, hace tiempo que está excluido).

Una persona de clase media es “menos favorecida” que un multimillonario, pero ambos tienen servicio sanitario, agua corriente en casa, comida, educación y salud. Los “menos favorecidos” de los que usualmente se habla, pueden incluso carecer de letrinas, aún cuando estén rodeados de edificios lujosos atravesados por un metro.

Aunque el lenguaje se transforme, afortunadamente, por los avances científicos, las nuevas teorías, la influencia de las migraciones y otras lenguas, hay cambios totalmente ficticios, creados en el escritorio de un burócrata. Hay palabras de uso común que no tienen por qué desaparecer ni del lenguaje culto, ni del lenguaje técnico cuando proceda. No sólo porque llevan consigo una carga enorme de historias personales y colectivas, que es al fin de cuentas lo que refleja el idioma, sino, sobre todo, por sentido práctico: son conocidas y nos permiten entendernos más allá de clases sociales, países y oficios.

Cualquiera sabe que es un pobre y que es una injusticia (como cuando contratas a un obrero y luego no le quieres pagar sus prestaciones laborales), pero, la vecina, ama de casa, no sabe de que le están hablando cuando escucha decir: “poblaciones menos favorecidas” o “poblaciones en riesgo de exclusión”. Como anda el mundo, en riesgo de exclusión estamos todos: por perder el empleo, el seguro médico, el apartamento. De vez en cuando se podrán usar esas frases, para intentar explicar un texto, sin embargo, con mucha frecuencia, injusticia y pobreza pueden cumplir su función.

Parafraseando a Winston Smith, el protagonista de 1984: “Libertad, es libertad para llamar injusticia a la injusticia. Si eso se admite, todo lo demás se da por añadidura.”

1. “Orwell, George. 1984. P. 368. Ediciones Destino S.A. 2007

(Herederos de Sonia Brownell Orwell)”

domingo, 20 de enero de 2008

Jesús, ese laico rebelde


Riamny Méndez

Tengo una extraña relación con la iglesia Católica. Es de amor-nostalgia-indiferencia. La aventura de levantarme temprano, ponerme un vestido de domingo y asistir a la eucaristía con mi abuela es un recuerdo del tiempo en que era fácil ser feliz.

Ya saben, el tiempo en que todos los árboles son enormes, el cielo termina a dos cuadras de la casa, las pompas de jabón conducen irremediablemente a la luna, las sombrillas son instrumentos para volar y el mundo es ese espacio que te construyes con tu mejor amiga entre el patio de tu casa y el de la suya. El tiempo que termina cuando empiezas a ser sarcástica al escuchar un discurso sobre la moral.

En ese entonces no amaba a la iglesia, ni me era indiferente, más bien, me parecía un mundo fascinante donde el humo del incienso tomaba formas divertidas, los ritos parecían un juego de solemnidad y las personas eran serias durante una hora; y felices cuando terminaba la celebración. Entonces empezaban los abrazos y todos volvíamos a ser conocidos y amables.

La preadolescencia me llevó a una relación de amor. Un cura extraordinario, una hermana que se deja la piel en ayudar a los demás, una mujeres sencillas que parecen salidas de un cuento de bondad…. Así era en el tiempo en el que crees que lo comprendes todo y eres fuerte e ingenuo, pero empiezas a cuestionar.

La pasión llegó entre las clases de religión, de historia, los suntuosos ropajes de los obispos y algún amigo mayor, conocedor de la historia universal, el marxismo, la historia de la religión, la poesía y “el mundo”. Entonces me tocaba defender de sus ataques al cura extraordinario, a la hermana que se deja la piel, a las mujeres salidas del cuento de bondad.

Intentaba hallar respuestas entre lecturas desordenadas de historia, poesía, teología, filosofía, periódicos, historia de la religión y hasta en los libros de los testigos de Jehová, para debatir con un amigo culto, al que nunca, por supuesto, le di la razón. ¿O alguien concede la razón a algún mortal entre los 16 años y los 20 años?

Luego, te enteras de que el cura extraordinario a veces está atrapado en un cuento de horror y poder, que hay cardenales, obispos, oro, bancos e intereses y entonces, empiezas a cambiar el tema. En vez de religión, hablas de los amores eternos que duran 15 días, del país, del renacimiento, de la música de moda, de la universidad, de las pequeñas tragedias.

Sólo te alejas y empieza la indiferencia. Mantienes tus lazos con los amigos que han encontrado su camino en la “estructura”, ocasionalmente vas a una celebración, regularmente como “encuentro social”: bodas, bautizos primera comunión; o para juntarte con un grupo de gente querida después de misa...

Y en una de esas eucaristías, a las que se va por compromiso, como acto social o de nostalgia, un hombre extraordinario, que es sacerdote, como bien pudiera ser pastor protestante, arrebatado artista, trabajador social, misionero de la ONU en África o político honesto tratando de cambiar el sistema, me hizo quemar las nostalgias por la iglesia institucional.

Hablando sobre las vocaciones, el hombre dijo: “Jesús era laico”, léase no era obispo, cardenal, ni sacerdote y como no estaba asociado a ninguna orden religiosa, no tenía la obligación de ser célibe. En ese momento salí de la indiferencia.

Jesús, no ligado a una estructura religiosa, encontró su camino después de discernir sobre la justicia, el amor a los demás, las circunstancias históricas que le tocaron y por supuesto, su fe. Halló su vocación, que no es otra cosa que ese llamado a vivir de una determinada manera, hasta las últimas consecuencias, para mejorar el mundo. Lo demás es retórica.

Así que “Dios escribe derecho en líneas torcidas”. Su homilía no me reconcilió con la iglesia, pero, me recordó el verdadero significado, alegre y trágico de la libertad. Me renovó la fe en las personas y en la vida en comunidad. Logró que me pusiera las pilas y decidiera cambiar pequeñas cosas cotidianas y empezara a pensar en decisiones realmente importantes, más allá de salarios y reconocimientos. Incluso logró que recuperara parte de esa ingenua rebeldía de los adolescentes, que tiene potencial para cambiar el mundo.

Como hablando con mi amigo sacerdote no le di la razón, ni le dije el bien que le había hecho a un “alma descarriada” su sermón, y en vez de eso empecé a discutir sobre la iglesia institucional y otros temas pendientes, escribo este artículo para decirle: ¡Gracias por reconciliarme con mi propio camino y ayudarme a quemar una vieja nostalgia!

Imagen de: www.bible.claret.org/biblia/small%20paper.htm a través de Google.com

domingo, 13 de enero de 2008

Para una mujer la solidaridad no alcanza



Riamny Méndez

En ese mundo bullanguero, sabroso, incómodo y cálido que es un carro público de Santo Domingo transitando por la avenida Méjico al mediodía; un hombre bonachón hizo la historia de una mujer que no encontró solidaridad mientras era agredida entre las gentes más solidarias… que ya se sabe, caminan por estas calles.

El hombre, que posiblemente vive, como muchos en esta ciudad, ayudando a damas y caballeros andantes, se lamentaba de que próximo a la calle El Conde una mujer caminaba tranquilamente cuando de repente… un hombre la golpeó, le quitó sus pertenencias y la insultó ante la indiferencia de los vendedores, los choferes, los transeúnte y de él.

Él que, según cuenta, en alguna ocasión ha corrido tras un ratero armado por recuperar la cartera de un extraño, no le dio apoyo a esa mujer, porque quien la golpeaba se identificaba como su marido y la humillaba, como se supone que debe ser tratada una amante infiel…

Ahora tiene cargo de conciencia, porque quien pudo haber muerto de insolidaridad aguda, no era la amante, ni la novia, ni la esposa de su maltratador. Era la víctima de un ratero inteligente que encontró la mentira más ingeniosa y efectiva para asaltar a una mujer.

Si nuestro buen hombre no se hubiera enterado de la treta, tuviera, como todos, la conciencia tranquila. La buena conciencia que nos permite dormir tranquilos mientras las hermanas, las sobrinas, las tías, las amigas, las desconocidas son golpeadas, insultadas, asesinadas o tratadas como ciudadanas de segunda y personas de tercera.

Imagen tomada de: pamplonica39.spaces.live.com a través de Google

Sobre las pequeñas libertades


Riamny Méndez


Debemos tener una enfermedad colectiva que nos impide apreciar el sentido de la libertad. Le tememos incluso a las pequeñas libertades, a esas que nos permiten elegir caminos distintos en cosas tan sencillas como la forma de arreglarse o no arreglarse el cabello. Asusta cualquier pequeña diferencia en un miembro del rebaño.

Casi avergüenza hablar de algo tan personal y socialmente irrelevante (supuestamente) cuando hay personas que no tienen la libertad de elegir entre educarse o no, o cuando la libertad de algunos se reduce a escoger entre la orilla del río Ozama y una cañada de aguas residuales.

Por desgracia, el tema no es tan trivial como debería. He sabido, por anécdotas de algunas amigas, que a las mujeres nos pueden negar un empleo, como secretaria por ejemplo, por no desrizarnos el pelo con químicos.

Todas debemos tener las greñas desrizadas, nada de extravagancias. Las negras y mulatas debemos mantenernos aferradas al proceso químico que nos reafirma en nuestra belleza y fuera del cual no hay feminidad posible. ¿Les parece lógico?

La obsesión por la uniformidad también arrastra, y de forma más cruel, a los hombres. El pelo largo puede anunciar desde la falta de virilidad del macho en cuestión, hasta una ficha en la policía por actos reñidos contra “la moral y las buenas costumbres”. Todo dependerá del oficio y lugar de residencia del varón al que se examine.

Supongo que a ellos-como a mí, que llevo el cabello crespo- y a otras mujeres que lucen diferente, gente conocida y desconocida le pregunta sobre las “profundas razones” por las que han tomado esa “dramática” decisión.

No tengo una respuesta inteligente, a tan trascendental interrogante. Se que algunas mujeres tienen admirables razones ideológicas, políticas, de identidad racial o religiosa para no desrizarse. Otras lo han hecho siguiendo, en algún momento, tendencias de la moda.

Debo confesar que, tal vez, soy filosófica, política e ideológicamente trivial y a la vez analfabeta en asuntos de la imagen.

Al dejarme el pelo crespo no quise ingresar a un grupo “fashion”, ni afirmar mi identidad de mulata –no tengo por qué alardear-, ni he pretendido luchar contra la industria de productos químicos.

Tampoco me he hecho militante de alguna religión que prohíba el desrizado, ni uso el cabello crespo como insignia feminista.

Sé que hay una extraña asociación entre las preferencias sexuales y el pelo, aunque supongo que en este país la mayoría de lesbianas también se alisa y casi todos los homosexuales llevan el cabello corto. Descubrir las preferencias sexuales de los demás parece ser otra de nuestras “trascendentales misiones”.

Diré que me dejé el cabello crespo como un pequeño acto de libertad personal, motivada, tal vez, por una tendencia a la sencillez y porque me gustan los rizos.

Pero, como he notado tanta resistencia a aceptar una respuesta tan simple, me he ocupado en preparar algunas, si no profundas, al menos, estratégicas.

Cuando alguna amiga o algún familiar me pregunte el por qué, o me aconseje con cara de quien intenta llevar una oveja por el buen camino, le diré con expresión de tristeza que soy alérgica a tan maravilloso proceso.

Lo mismo podré decirle a posibles empleadores, sobre todo a las mujeres, pues supongo que así me ganaré su solidaridad por sufrir de esa grave enfermedad.

Para los desconocidos, tengo una respuesta disparatadamente desconcertante. Les diré, y pido disculpas y un poco de humor a los partidarios de cualquier ideología que pudieran sentirse ofendidos, que esa decisión es producto de un pensamiento anarquista comunista que pretende, sin embargo, incluir en su causa a la izquierda, la derecha y el centro para vencer la estupidez.

Tal vez esa respuesta haga que su curiosidad se dirija hacia algo importante-como las casas a orillas del río o el calentamiento global- y deje que cada quien viva, tranquilamente, sus pequeñas libertades.


Imagen tomada de ritualesnaturales.wordpress.com, a través de google.com