Riamny Méndez
Tengo una extraña relación con la iglesia Católica. Es de amor-nostalgia-indiferencia. La aventura de levantarme temprano, ponerme un vestido de domingo y asistir a la eucaristía con mi abuela es un recuerdo del tiempo en que era fácil ser feliz.
Ya saben, el tiempo en que todos los árboles son enormes, el cielo termina a dos cuadras de la casa, las pompas de jabón conducen irremediablemente a la luna, las sombrillas son instrumentos para volar y el mundo es ese espacio que te construyes con tu mejor amiga entre el patio de tu casa y el de la suya. El tiempo que termina cuando empiezas a ser sarcástica al escuchar un discurso sobre la moral.
En ese entonces no amaba a la iglesia, ni me era indiferente, más bien, me parecía un mundo fascinante donde el humo del incienso tomaba formas divertidas, los ritos parecían un juego de solemnidad y las personas eran serias durante una hora; y felices cuando terminaba la celebración. Entonces empezaban los abrazos y todos volvíamos a ser conocidos y amables.
La preadolescencia me llevó a una relación de amor. Un cura extraordinario, una hermana que se deja la piel en ayudar a los demás, una mujeres sencillas que parecen salidas de un cuento de bondad…. Así era en el tiempo en el que crees que lo comprendes todo y eres fuerte e ingenuo, pero empiezas a cuestionar.
La pasión llegó entre las clases de religión, de historia, los suntuosos ropajes de los obispos y algún amigo mayor, conocedor de la historia universal, el marxismo, la historia de la religión, la poesía y “el mundo”. Entonces me tocaba defender de sus ataques al cura extraordinario, a la hermana que se deja la piel, a las mujeres salidas del cuento de bondad.
Intentaba hallar respuestas entre lecturas desordenadas de historia, poesía, teología, filosofía, periódicos, historia de la religión y hasta en los libros de los testigos de Jehová, para debatir con un amigo culto, al que nunca, por supuesto, le di la razón. ¿O alguien concede la razón a algún mortal entre los 16 años y los 20 años?
Luego, te enteras de que el cura extraordinario a veces está atrapado en un cuento de horror y poder, que hay cardenales, obispos, oro, bancos e intereses y entonces, empiezas a cambiar el tema. En vez de religión, hablas de los amores eternos que duran 15 días, del país, del renacimiento, de la música de moda, de la universidad, de las pequeñas tragedias.
Sólo te alejas y empieza la indiferencia. Mantienes tus lazos con los amigos que han encontrado su camino en la “estructura”, ocasionalmente vas a una celebración, regularmente como “encuentro social”: bodas, bautizos primera comunión; o para juntarte con un grupo de gente querida después de misa...
Y en una de esas eucaristías, a las que se va por compromiso, como acto social o de nostalgia, un hombre extraordinario, que es sacerdote, como bien pudiera ser pastor protestante, arrebatado artista, trabajador social, misionero de
Hablando sobre las vocaciones, el hombre dijo: “Jesús era laico”, léase no era obispo, cardenal, ni sacerdote y como no estaba asociado a ninguna orden religiosa, no tenía la obligación de ser célibe. En ese momento salí de la indiferencia.
Jesús, no ligado a una estructura religiosa, encontró su camino después de discernir sobre la justicia, el amor a los demás, las circunstancias históricas que le tocaron y por supuesto, su fe. Halló su vocación, que no es otra cosa que ese llamado a vivir de una determinada manera, hasta las últimas consecuencias, para mejorar el mundo. Lo demás es retórica.
Así que “Dios escribe derecho en líneas torcidas”. Su homilía no me reconcilió con la iglesia, pero, me recordó el verdadero significado, alegre y trágico de la libertad. Me renovó la fe en las personas y en la vida en comunidad. Logró que me pusiera las pilas y decidiera cambiar pequeñas cosas cotidianas y empezara a pensar en decisiones realmente importantes, más allá de salarios y reconocimientos. Incluso logró que recuperara parte de esa ingenua rebeldía de los adolescentes, que tiene potencial para cambiar el mundo.
Como hablando con mi amigo sacerdote no le di la razón, ni le dije el bien que le había hecho a un “alma descarriada” su sermón, y en vez de eso empecé a discutir sobre la iglesia institucional y otros temas pendientes, escribo este artículo para decirle: ¡Gracias por reconciliarme con mi propio camino y ayudarme a quemar una vieja nostalgia!
Imagen de: www.bible.claret.org/
1 comentario:
Me parece que en ocasiones no tenemos o no nos damos la oportunidad de agradecer a aquellas personas que Dios, Jehova, Yave, como guste llamarlo, nos pone en nuestros caminos para recordar la esencia de lo importante en este largo y doloros caminar. Si logramos detenernos, escuchar y ver,notaremos algo mas que una estructura de cemento, que un sujeto con 'palabras sabias', estaremos ante un momento de reflexion interna, que no importa el lugar, ni el momento especifico en el tiempo en que lo hagamos, lo importante seria hacerlo...reflexionar y volvernos a encontrar o como bien dices, conciliarnos con aquello que en algun momento nos provoca nostalgia.
Que suerte has tenido de poder agradecerle!!!
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