viernes, 30 de septiembre de 2011

La historia que nadie quiere contar: El brote de diarrea en la cordillera


Vianco Martínez

Las autoridades de salud dicen que el brote de diarrea que afecta las comunidades de la zona montañosa de Padre Las Casas está controlado, pero ayer un hombre solo, llamado Leónides Soto, atravesó la cordillera Central y cruzó dos ríos con su hijo de cinco años en brazos, para llevarlo al hospital de Padre Las Casas a salvarle la vida.
Ese trayecto tiene unos quince kilómetros. El los caminó todos, a pie y con el hijo en brazos. Él niño iba desmayado, deshidratado, unas seis horas caminando, de once de la noche a cinco de la mañana. La noche de los tiempos tiene el signo de las soledades, pero ayer él era la soledad de los caminos. Él pensaba que se le iba a morir en los brazos, y lo abrazaba fuerte para que no se le fuera. El niño no sabía nada porque estaba desmayado, deshidratado.

Pero Leónides si sabía, y por eso iba llorando por todo el camino.

Mientras bajaba y lloraba, el niño, que lleva su mismo nombre, iba expulsando todo el líquido del cuerpo, defecaba sin control y vomitaba, y ambos terminaron bañados en materia fecal y vómitos de pies a cabeza. Y él lo abrazaba con amor, lo abrazaba fuerte para que no se le fuera. Nunca dejó de abrazarlo. Cuando llegó a Padre Las Casas y entró al hospital municipal, llorando y desesperado, todo el mundo se puso a llorar ante el sacrificio de este hombre que hizo un viacrucis de seis horas para salvar la vida de su hijo.

Luego bajó Ivelia Soto, de 68 años. Salió tan temprano que el sol la encontró en el camino. Después de una larga noche –una noche que parecía interminable- fue montada en una parihuela, que es una hamaca preparada con dos palos, por sus parientes y sus vecinos de Botoncillo.

También iba deshidratada. Caminando sierra abajo, la bajaron en la hamaca.

Tuvieron que cruzar primero el Río en Medio, después el río La Cueva, donde la esperaba una ambulancia para llevarla al hospital de Padre Las Casas, donde, desde el 21 de septiembre, tuvieron que habilitar dos salas de aislamiento para atender a los pacientes.

En la semana epidemiológica que va del 21 al 29 de septiembre el centro había atendido, mal contadas, a 75 personas afectadas con el brote de diarrea de zona montañosa, 47 adultos y 28 niños. Pero hoy viernes llegaron algunos más.

El pasado sábado, en un grupo de diez, llegaron dos mellizos de un mes y medio. Llegaron tan deteriorados que la gente pensaba que no iban a responder a la rehidratación porque estaban exánimes.


A pesar de que los primeros casos de diarrea se registraron antes del día 20 de septiembre, no fue sino ayer, jueves 29 de septiembre, que llegaron tres médicos y dos enfermeros a la zona afectada. Afortunadamente, es un equipo fogueado de la Dirección Provincial de Salud de Azua, que conoce la zona y sus adversidades porque ya ha prestado servicios allí. De inmediato, se instalaron en la clínica rural de la sección Las Cañitas, de la que dependen unas 20 comunidades.

La demora del personal de salud y el intento de las autoridades de minimizar el brote fue fatal porque el brote se expandió sin control y cobró nuevos casos rápidamente, en especial en la comunidad de Botoncillo. Las autoridades se pusieron a jugar a las relaciones públicas con la vida de la gente de por medio, convirtiendo a aquellos parias de la montaña en enfermos invisibles, y ahí están los resultados.


Botoncillo, el poblado que se encuentra más cerca del Río en Medio por la parte de arriba, ha sido el más castigado. Solo entre el jueves y el viernes bajaron de ese lugar más de 25 personas afectadas. Hoy viernes, ese lugar amaneció con quince nuevos casos, dos de los cuales –Danilo Fulcar, de 50 años, y Milcia Mateo, de 35, una pareja de esposos- se encuentra hospitalizada y en en estado delicado.


En los últimos días de esta semana terrible, Darío Santos, el maestro de Botoncillo, ha visto partir hacia el hospital a varios de sus alumnos deshidratados ante la mirada de asombro de sus compañeros. Una de ellos, una niña de ocho años llamada Evangelina Fulcar, y que todo el mundo conoce como Ana, que cursa el segundo grado, fue bajada tan deshidratada que la gente que la vio marcharse quedó como aturdida y con el miedo dibujado en la expresión.

Altagracia Fulcar, una mujer de Botoncillo a quien todos conocen como Tagó, se ha crecido en medio de la adversidad. Ex promotora de salud, ha acompañado a los enfermos en su triste trayecto al hospital, aseándolos cada vez que lo necesitan, apoyando a sus familiares emocionalmente y permaneciendo a su lado sin descanso.

Pero después de varios días luchando con la dificultad ajena, ahora está lidiando con la propia. Su hijo de once años y su esposo de cincuenta y cuatro, empezaron la noche del jueves con las diarreas y hoy viernes amanecieron con la crisis y ha tenido que llevarlos a la clínica rural.

En el hospital de Padre Las Casas el personal de salud -las enfermeras, los médicos de turno, los gerentes y el director- ha estado dando la batalla. Todo el mundo, desde su puesto, ha dado una respuesta a la altura de las circunstancias. Si se toma en cuenta que han desarrollado su labor en condiciones difíciles, con una situación que, por sus volúmenes y por su novedad, los supera, se han portado como héroes y heroínas verdaderos.

Hasta el día de hoy el brote de diarrea en la cordillera Central está fuera de control. Si las autoridades minimizaron el brote y le restaron importancia con el objetivo de impedir el pánico y crear una percepcion de normalidad, no lo han logrado. La palabra que puede definir la situación al día de hoy es, precisamente esa: pánico, que es como un sentimiento de desesperación ante lo inevitable, que tiene a la gente paralizada, a la espera de la próxima víctima.

A más de una semana del inicio del brote de diarrea, los moradores de la montaña han quedado con el sabor amargo que deja el descuido y con la sensación de que su dolor no le duele a nadie. En el colmo de su desesperación, están pidiendo la presencia del Obispo José Dolores Grullón, uno de los pocos dolientes que siempre han tenido, para que les lleve un poco de aliento.

Así están las cosas al día de hoy, viernes 30 de septiembre, en la cordillera Central. Por suerte, el brote de diarrea, según las autoridades, desde el primer día está “bajo control”. ¡Por suerte!

domingo, 25 de septiembre de 2011

Educación y libertad


Mi sobrino Cristopher, de seis años, ha iniciado la escuela primaria con entusiasmo y alegría. Espera perfeccionar su lectura para “leer muchos cuentos” y saber lo que hay en “todos los libros”.

Me emociona observar su avidez de conocimiento y su energía para jugar a las figuras, formar bloques o hacer preguntas sobre el espacio exterior.
Entusiasmada, le llevo a casa libros sobre los planetas, la forma en que funcionan ciertos aparatos o de literatura infantil.

Él los mira una y otra vez y pide que lea las páginas llenas de ilustraciones, no importa si se trata de un cuento o de un libro de ciencias naturales.
Miro a ese niño y pienso que la escuela a veces castra y limita nuestro interés por conocer el mundo.

Tuve la suerte de estudiar en el Politécnico Pilar Constanzo, dirigido por Hermanas Salesianas, un centro modelo dentro del sistema público.
Pero aún así, ahora que miro con criticidad mi propia formación, lamento que el currículo dominicano tenga, o tuviera en ese entonces, tan escasas herramientas para inculcar en los estudiantes una cultura científica.

Así nos convertimos en analfabetas funcionales para comprender informaciones básicas sobre medicina, terremotos, maremotos o productos químicos.
Lamento también la falta de conexión que a veces se dio, muy a pesar del esfuerzo de buenos profesores, entre la teoría y la vida. Pero comprendo que lidiar con 40 adolescentes en un aula…es un reto abrumador. Pienso en las clases de ciencias sociales sin salir por la ciudad a observar el relieve o la estructura urbana, en la ausencia de historia africana; y en las limitaciones para hacer prácticas fundamentales de ciencias naturales.

Recuerdo que de pequeña, como Cristopher, tenía una fascinación por la luna y las estrellas, pensaba que podía ser astronauta y viajar por el espacio. Con mi comadre de muñecas, Yaritza, también inventaba historias fantásticas, comidas malísimas y mundos posibles para cambiar la realidad o evadirla.


Mis gustos se inclinaron, al final, por las ciencias sociales, la comunicación y por las letras y sus posibilidades de crear, de transmitir de algún modo la realidad o de sacarle la lengua para construir otras posibilidades.
Dos maestras fueron posiblemente demasiado buenas explicando la importancia de las lenguas y de nuestro idioma en particular, tan buenas que me ilusionaron con la comunicación y me pegaron una pasión de la que no he podido desprenderme. Las culpables fueron, en la primaria Paula Gómez (Duda) del Colegio Gabriela Mistral, de Tamayo; y en la secundaria Rosa Caro (quien si me lee se reirá con la muela de atrás, ya que era tan estricta que nos parecía, creo que a todos, y a mí en particular, antipática).

Agradezco mi formación más o menos sólida en aritmética, mis clases de comercio, la matemática comercial-que nunca he aplicado y no me gusta para nada, pero que me ha ayudado a ordenar mi cabeza- la fascinante álgebra y aquellas explicaciones sobre la división celular. Sin embargo, me pregunto cómo habría cambiado mi vida una formación científica más rigurosa o un viaje por el Malecón para entender su relieve costero en una clase de ciencias sociales.

Claro que algo he aprendido en la adultez, pero… lo pienso, lo pienso y le deseo a Cristopher una escuela que le de alas para conocer todo aquello que le provoca curiosidad, en vez de condenarlo a horas de aburrimiento. Quiero que nunca se haga esta pregunta. No me importa si decide ser mecánico, físico cuántico, titiritero, bailarín o periodista como yo. Sólo quiero que no se haga esta pregunta al cumplir 31 años.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Insularidad mediocre




Las tristes batallitas de cada día: cruzar la calle en una cultura enemiga de los peatones, evitar la calle oscura si en ella va un hombre joven (triste estereotipo, joven atracador), las discusiones sobre política que se limitan a valorar quién es peor: Hipólito o Leonel...

Hoy cargo la parte más negativa de nuestra insularidad, esa que ahoga todo intento de trascendencia, entre la cháchara y el "dame lo mío".

Qué los escritores y pintores vengan a salvarnos, que nos enseñen el mar, que es horizonte y puente para llegar al infinito, que nos libren de la mediocridad que nos acorrala o nos digan la dura verdad: Estamos condenados al infierno.

Pero qué hagan algo. Hoy se me ocurre que solo ellos pueden salvarnos, evitar que en busca del pan de cada día, de la botellita de cada muerte, dejemos de ser humanos para convertirnos en sobrevivientes sin almas de una isla sin salida.

domingo, 7 de agosto de 2011

Una historia de niñas y mujeres



La novela infantil "The Very Little Princess" ("La Princesa pequeñita") cuenta la historia de una niña que vivía solo con su mamá hasta que fue a la casa de su abuela, a quien nunca antes había visto. En la residencia de la abuela materna encuentra una muñeca que ha estado en la familia por generaciones. Así nace la amistad entre la niña y la muñeca que, en principio, actúa como si fuese una princesa.

La compleja relación entre hija y madre, las inseguridades de una mamá que aun no está lista y tiene que reencontrar su identidad alejándose de su niña, la ausencia de figuras masculinas, las discusiones familiares no planteadas pero sugeridas en las palabras no escritas...todo está en la obra y se transmite desde las experiencias y emociones de una pequeña y su muñeca a través de una narradora activa que le habla a la lectora y al lector.

La técnica narrativa de Marion Dane Bauer en esta obra, y creo que en parte gracias a esta narradora que nos hace guiños, es ágil y divertida.

Linda historia para adolescentes, interesante para adultas y adultos que todavía son capaces de darle vida a las muñecas guardadas en los baules familiares.

P.D. Esta ha sido una de mis lecturas más tiernas en los últimos meses (ya la necesitaba, con tanta política, economía e inglés especializado). El libro lo encontré en una librería dominicana y no existe o al menos no ha llegado al país ninguna versión en español, una lástima.

jueves, 28 de julio de 2011

Un niño pobre y una niña…


Un niño no mayor de once años esperaba con su limpiabotas y un paraguas en la mano a que pasara la lluvia en la avenida México casi esquina Abraham Lincoln.

Divertido, quiso iniciar una conversación. Para seguirle la corriente le pregunté: “¿por qué usas un paraguas tan grande?” y me respondió que cuando llueve se ofrece a cubrir a las personas desde la entrada de un edificio cercano hasta sus vehículos. A cambio del servicio ellas le dan “algo”.

Inquieto, marcaba su nombre y dibujaba en el vidrio de un carro con tanta ilusión que no valía la pena señalarle que empañaba un cristal recién lavado.

Me contaba que en su escuela las clases inician en agosto cuando cerca de nosotros pasó una señora con tres niñas. Una de las pequeñas, de unos ocho años, casi obligó a la doña a detenerse y le preguntó al niño: “¿Eres pobre?”.

El pequeño dijo “sí”, tan convencido y con tanta tristeza que el ambiente se cargó de angustia.

La chiquita, con gesto casi victorioso, agregó “yo no soy pobre”, y sin pensarlo comenté “niña sin educación”, con un ademán de reproche hacia la señora que la acompañaba.

Ellas siguieron su camino y el niño empezó a explicarse y a explicarme las posibles causas del comportamiento de la niña. Dijo que ella tenía “muchas cosas en su casa”, que la “añoñaban mucho, que le daban todo”.

Perpleja, sólo dije, “bueno, tú eres un niño muy bueno, estudias y trabajas, seguro que te portas bien”.
El pequeño me respondió “yo ayudo a mi mamá”.Y sólo asentí con un gesto. ¿Qué más podía decirle, de qué serviría hablar?

Dejé a mi pequeño dibujante y fui a la librería a refugiarme en un libro infantil que cuenta la historia de una niña que se encuentra con una muñeca que ha pertenecido a su familia-rica por lo que puedo inferir-durante generaciones.

Me he dedicado a leer el libro antes de regalarlo a mi sobrina para que discutamos juntas el argumento. Pero ahora asocio el libro con la escena del niño limpiabotas y no sé si comentaré con mi sobrina la fantasiosa historia de una muñeca que se convierte en la diminuta reina de una niña que visita a su abuela o si le hablaré de un muchacho pobre que dibuja y escribe su nombre sobre el vidrio de un carro recién lavado.

lunes, 18 de julio de 2011

Santo Domingo asfixiante



La mujer soporta que un tipo le grite a sus nalgas, mientras intenta caminar, sin molestar a nadie, concentrada en no caer en un hoyo por las calles de esta ciudad desastrosa y el muchacho amanerado recibe burlas en el carro público.

Luego, ambos observan como una persona gorda es rechazada del transporte colectivo, un haitiano soporta gestos y miradas de desprecio en la fila para abordar una guagua voladora en la avenida Independencia y una anciana camina temblorosa porque sabe que la pueden atropellar conductores que parecen perder su condición de seres humanos frente al volante.

Todos maltratados por la ciudad y por otros ciudadanos que como ellos tratan sobrevivir a los bocinazos a la basura; y al caer la noche, también a la oscuridad. Esta ciudad nos aplasta irremediablemente.

martes, 12 de julio de 2011

Empatía y sentido común



Por diversas razones he durado meses en un patín: trámites legales en instituciones del Gobierno y en universidades, búsqueda de libros viejos y de papelitos olvidados en baúles junto a notas que me recuerdan acontecimientos felices o desastrosos. Por si fuera poco, vivo momentos desesperantes al no encontrar libretas y documentos que creía guardados y terminaron perdidos en la basura o en las manos traviesas de algún sobrino. Paciencia.

Ante ese escenario de caos, lidio con mi irritación por las dilaciones innecesarias en instituciones públicas, por las respuestas ambiguas que no llevan a ninguna parte, y en cambio conducen a esos momentos incómodos en los cuales nos ponemos sarcásticos, irónicos y desagradables. Por supuesto, así sólo perdemos más tiempo, pero también hacemos catarsis y si la discusión no pasa a mayores, los empleados y yo terminamos por reírnos de tanto absurdo.

Uno de esos absurdos ocurrió por la excesiva confianza que mucha gente deposita en la sabiduría de los informáticos, las informáticas y los “sistemas”, esas aplicaciones tecnológicas que nos facilitan la vida y que algunos ven como “dioses” a los que nadie puede cuestionar.

Ocurrió así: me entregan un récord de notas, lo miro y veo dos errores: hay registrados menos créditos de los que indica el propio documento, y hubo un mal cálculo en el índice de un semestre.

Trato de señalar el error a la encargada de registro y ella se niega a ver lo obvio. Me cuentan que es una profesional con experiencia en el tema, que ha mejorado procesos importantes en la universidad. Algunos de sus colegas dicen además que es hábil para encontrar soluciones.

Por eso me siento frustrada, cuando se niega a escuchar y a ver lo evidente. “Mira, eso es un sistema” me dicen en su departamento, por toda respuesta. Trato de argumentar que un sistema lo desarrolla una persona como nosotras, pero, con conocimientos tecnológicos y tal vez más habilidad para las matemáticas y el razonamiento lógico que la mayoría, pero un ser humano con limitaciones, a fin de cuentas.

Ni argumento, ni ironías, ni boches fueron suficientes. Pasaron cuatro semanas para que, ante mi insistencia, el informático revisara mi caso y junto a la encargada se diera cuenta de uno de los errores. Pero, ¿cómo admitir que hubo un segundo error, qué el sistema, esa cosa sobrehumana con su divino creador se equivocara dos veces?

Luego de tres días de la primera victoria (santa paciencia) y de que yo me enredara en tontos discursos explicando por qué la suma de 3 más 4 es igual a 7 y no a 9, se arregló el entuerto.

Y una de mis reflexiones a raíz de esta frustrante experiencia es que nadie debe renunciar a pensar por sí mismo, a ver, a desconfiar y a dudar para entregarle su cabeza a un experto.

Por el contrario, las opiniones del experto o incluso del genio, deben servirnos para ampliar horizontes, intentar comprender y si fuera el caso, facilitarnos la vida. Pero nuestra cabeza debe seguir perteneciéndonos. La mía al menos, con sus luces y sus deficiencias, seguirá siendo mía, ya sea para ver un documental de física cuántica, decidir si apoyo o no un proyecto o, ¡por las burocracias primigenias! para sumar, restar, multiplicar y dividir con permiso del Excel, los informáticos y todos los códigos binarios.

Pero también he aprendido que más que con lógica y matemáticas, muchos problemas bien se pueden resolver con empatía. Con un poco menos de fe en la informática y más apertura para escuchar lo que los demás tienen que decir por parte de la encargada, y un poco menos de mal humor y sarcasmos de la mía, es posible que nos hubiésemos ahorrado algo de tiempo y muchos malos ratos.