lunes, 28 de septiembre de 2009

Eternamente viejos



En un bosque inmenso de cerezos y limones, la niña se convertía en astronauta. Viajaba a la luna en burbujas de jabón. Suspendida en el espacio, miraba al lugar donde empezaba el cielo, detrás de una pared de zinc.

Alrededor, un vecindario de casas de madera, donde llovía una vez cada año: cuando unos tíos eternamente viejos hacían fiestas con grandes mesas y golosinas en una sala que parecía de museo.

Cada visita duraba tiempos infinitos. Los tíos se quedaban atrapados por el único aguacero que caía en el pueblo. Dormían en la sala, por cualquier rincón.

Cada año que regresaban, el bosque de la niña era más chico ella se acercaba más en sus paseos hasta el lugar donde empezaba el cielo.

Un día, la niña partió a un sitio desconocido. Pasaron los siglos y las distancias.

Ahora los dioses la han regresado como una tía eternamente vieja a la antigua casa. No encontró el bosque: sólo cinco árboles de cereza y dos limoneros. No hay burbujas de jabón. El cielo no existe.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Nosotros, arameos errantes que despreciamos a los samaritanos





“Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo 22,21). 1


“Dios sabe, Dios va a ver las verdades” dice un obrero haitiano, de esos que trabajan por salarios de miseria (RD$200 la jornada) en las construcciones que han hecho crecer nuestra ciudad. Testimonios de sus voces y sus cuerpos en la construcción están plasmados en un reportaje multimedia del fotorreportero Roberto Guzmán.

Si creyera en una justicia divina capaz de castigar a un pueblo, estaría aterrada, pues como los egipcios fueron ahogados en el Mar Rojo, así seríamos nosotros destruidos por consentir el abuso y habitar en casas y en apartamentos levantados con vejámenes y sufrimientos.

No creo en la justicia divina de ese modo. Tampoco parecen creer en la justicia divina, de ninguna manera, muchos dominicanos-incluso cristianos- que desobedecen una de las leyes bíblicas más humanas y hermosas: Tratar bien a los inmigrantes. “Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo 22,21).

Hace dos años un haitiano me contó cómo había sido estafado por un ingeniero, que le obligó a trabajar y luego lo denunció ante las autoridades porque no tenía sus papeles en regla. Logró escapar del ingeniero y de las autoridades. No tenía dinero, ni casa. Estaba acorralado y solo.

La historia del empleador que abusa es una constante entre ellos. Aunque su dolor no es sólo por el maltrato de los patronos, que a fin de cuentas suelen abusar de todos los trabajadores en proporción directa a la necesidad que tengan del salario. Es, imagino, por esa soledad de no sentirse aceptado cuando se sube a la guagua y todos hablan de lo mal que va la vida, de los apagones, de los malditos trabajos y de alguna manera reciben y se dan apoyo, empatía y comprensión, mientras el inmigrante es aislado y despreciado.

Tratamos a los haitianos como supongo que trataron los judíos a los samaritanos, como escoria.Y oh ¡ironías de la vida! Como los judíos y los samaritanos, también tienen los pueblos de la isla una parte de su historia compartida.

¿Pero, saben qué? El fundador del cristianismo, un tal Jesús del que tanto se habla, los reivindicó en su condición de seres humanos y reconoció la bondad de uno de ellos, en aquella parábola del Buen Samaritano que ayuda a un viajero herido al que sus hermanos dejan abandonado. (Lucas 10, 25-37).

Jesús exalta la condición de “prójimo” del extranjero y deja claro que la relación de hermandad entre las personas está por encima de las convenciones políticas en las que nos agrupamos: estados, pueblos, tribus, grupos étnicos.

El propio pueblo judío es al fin de cuentas la historia de un grupo de inmigrantes en busca de futuro y prosperidad. El cielo no está en las nubes, es esa tierra prometida.

“Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer (un arameo errante en otras versiones) fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión” (Deuteronomio, 26, 5-7).

El cristianismo del Nuevo Testamento es la continuidad de esa historia, pero la trasciende. Nos da la esperanza de que los valores de la solidaridad y la justicia traspasan las fronteras. El Reino no es de un pueblo, es de los hombres y las mujeres que “aman al prójimo como a sí mismos”.
Esta parte, digamos social de la Biblia, es la que con frecuencia olvidamos, detenidos en los detalles que no nos permiten ver las ideas globales de una historia universal, la historia de un grupo humano que pudo haber sido cualquier tribu africana o europea, americana o asiática.

Es la historia de un colectivo que también se construye a partir de historias personales concretas: reyes, sirvientes, profetas, mujeres prostitutas o profetizas o adolescentes embarazadas, pero también como no, de inmigrantes.

Hay gente que se aleja y que llega a Israel, como los chinos o los haitianos vienen aquí. Como Edwin mi hermano más pequeño que vive en Estados Unidos o Yaritza mi mejor amiga de la infancia que vive en España, como Peterson mi gran amigo de la adultez que también reside en Europa o Enrique, un tío que habita entre dos tierras: Santo Domingo y Nueva York.

A ellas y a ellos, a los que quiero entrañablemente, les deseo en su camino personas que traten bien al extranjero. Con ellos me siento inmigrante, extranjera en la tierra de Egipto y por tanto hermana de los extraños que llegan a la mía.

Soy biznieta de un español que como el arameo errante llegó al sur dominicano buscando futuro. Biznieta de africanos, como los israelitas, oprimidos en tierras ajenas. ¿Cómo no ver el dolor de mis hermanos?

Todos somos arameos errantes o podemos serlo. También los antepasados de los ingenieros y los empresarios que no les pagan a los obreros haitianos fueron arameos errantes.

Dios se ha ido, y ha dejado en nuestras manos la responsabilidad de evitar la opresión.

1. “Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569). Revisada por Cipriano de Valera (1602). Otras revisiones 1862, 1909 y 1960, Sociedades Bíblicas Unidas”

Foto de Roberto Guzmán, con la que tuve el honor de ilustrar mi reportaje El Cristianismo también se habla en creole.

martes, 8 de septiembre de 2009

Las mujeres tienen derecho a decidir



Creo que el aborto es terrible, pero también creo en la libertad de las personas. ¿Con qué derecho le digo a otra mujer que no aborte? Y si su vida está en peligro, ¿con qué corazón le pido que acepte una condena a muerte?

P.D. Lo pensé mejor, no voy a renunciar a la ciudadanía. Recuperé mis deberes, los derechos...bueno.

lunes, 7 de septiembre de 2009

No soy una ciudadana, soy una “cucaracha aplastada”

De ciudadana he pasado a cliente y de cliente a “cucaracha aplastada”. Los ciudadanos tienen diversos derechos y deberes. Los clientes sólo tienen derechos si pagan y su único deber es pagar. Las “cucarachas aplastadas” por las empresas públicas y privadas, tienen el deber de pagar y el derecho de cerrar la boca, suplicar y esperar.

Mi experiencia del fin de semana pasado con Ede Este me ha demostrado qué tan pisoteada estoy en mi nueva condición de ex ciudadana y ex cliente, es decir nueva “cucaracha aplastada” por las leyes y por el servicio de la distribuidora.

El viernes en la mañana pagué mi recibo de la energía eléctrica: RD$946 por los eventuales “prendiones” que recibo cada día. Al mediodía me suspendieron el servicio porque, según me explicaron en el departamento de servicio al cliente (perdón, el departamento de “ninguneo a las cucarachas aplastadas”) ya la orden de corte estaba emitida.

Mi factura venció el día 31 de agosto, pero llegó el día 1 de septiembre. Pagué el viernes cuatro. Según he confirmado, La Ley de electricidad, con factura o sin ella, otorga a Ede Este el derecho de suspenderme el servicio al día siguiente de que la factura caduque.

Los encargados de servicio al cliente me indican que incluso aunque haya pagado tienen el derecho de suspender el servicio (No entiendo esa lógica, ni la complejidad que implica llamar a una brigada para que no ejecute una orden de suspensión).

Es irracional, pero hasta aquí la Ley le da la razón a la empresa, no a las cucarachas aplastadas. Mas si por algún error la Ley le diera un poco de razón a estas pobres cucarachas, la práctica se encargará de volverlas a ningunear.

El Reglamento para la Aplicación de la Ley de Electricidad 125-01 establece en el párrafo IV del artículo 194 que la “Empresa de Distribución deberá restablecer el servicio en un plazo máximo de doce (12) horas para zonas urbanas y veinticuatro (24) horas para zonas rurales (…)”.

Pero, son las 3:00 de la tarde del lunes y todavía no tengo luz. Han pasado ya 72 horas, muchas conversaciones infructuosas amables y sin amabilidad alguna con empleados de Ede Este.

Ya estoy resignada, no sólo a no tener luz, sino a ser una “cucaracha aplastada”. Ahora bien, por favor no me pidan que me comporte como una ciudadana. No tengo derechos, no tengo deberes.