Con la cabeza llena de imágenes de niños heridos, de personas agobiadas por el dolor, de muerte, decidimos asistir al concierto de solidaridad con Haití que se celebró el pasado sábado en el Centro Olímpico.
Para comprar las boletas solidarias tuvimos que desafiar a los mercaderes del dolor ajeno.
-Señor, ¿dónde está la boletería del concierto?
-Oh, pero si es boleta lo que quieren, yo se las vendo
-No, quiero encontrar la boletería, esto es para recaudar fondos por las víctimas-dice mi amiga Daysi Piña al hombre que vende taquillas en el “mercado negro”.
Frustradas, caminamos hasta encontrarnos con dos guardias que parecen formar parte de la seguridad del evento en el cual participaron más de 50 artistas.
-Señor, ¿puede usted decirnos donde está la boletería?
-Bueno, yo le puedo vender dos boletas que tengo aquí.
-No, no queremos comprarle boletas a usted, queremos cooperar, vuelve a repetir mi amiga, agotada.
-Pues, caminen por ahí, derecho y al fondo, después de la construcción, van a encontrar la boletería.
Caminamos, mientras escuchamos a Sergio Vargas y sentimos los aplausos. Acordamos entonces cambiar de estrategia: No sirve de nada dar sermones, es mejor decir que necesitamos encontrar la boletería para buscar a alguien.
Luego de preguntarles a otras dos personas, un chico que era parte de los organizadores nos guía hasta la boletería oficial.
Alrededor de la estafeta, un grupo de negociantes del dolor ajeno, vende taquillas, las ofrece más baratas. Alguien nos advierte de que algunas son falsificadas. No soportamos más, discutimos con los mercaderes, les decimos inconscientes, insensibles…
Finalmente compramos nuestras boletas en el sitio oficial.
Al terminar, dos mercaderes del dolor nos gritan que somos unas abusadoras…
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