lunes, 15 de febrero de 2010

Jacques Roumain y su Haití de la esperanza


“Nos moriremos todos”… dice la vieja Delira y con su voz triste, de quien ha trabajado mucho y al final de sus años habita en la pobreza más devastadora, empieza la novela Gobernadores del Rocío, del haitiano Jacques Roumain.

Delira muere de desesperanza, pero la llegada de Manuel, su hijo, quien fue bracero en Cuba, cambia su vida y la de toda una comunidad de agricultores que ya no pueden sembrar porque la tierra se degradó hasta convertirse en polvo inerte: no hay agua, no caen las lluvias.

Quince años sufrió la vieja Delira sin ver a su hijo, que un buen día llegó lleno de ideas. Ahora, su muchacho se propone llevar agua al poblado, por eso se interna en el monte en busca de fuentes, de arroyos subterráneos.

Para lograr que el agua llegue, todos los campesinos deben colaborar, pero a su ideal de unidad se oponen viejas rencillas de las que son responsables patriarcas muertos que heredaron a los vivos sus viejos odios.

La tarea de Manuel, y también la de Delira que se involucra en los planes de su hijo, es romper esa cadena de odios, llevar el agua y salvar al pueblo.

No será fácil llevar esperanza a esos viejos campesinos, tampoco unir a los vecinos de esta historia que nos permite conocer un poco, a través de los ojos de uno de sus grandes escritores, a Haití, que tanto necesita de esperanzas, un mes después de que un terremoto devastara Puerto Príncipe y otras ciudades.

Haití es el país del arte que se hace de la nada: cualquier lata desechable, cualquier yaguacil o tronco viejo se vuelve un mundo en manos de su gente.

Con sus artistas y sus Manuel y sus Delira, Haití construirá un paraíso de las cenizas. Es lo que aprendí de Jacques Roumain, es la esperanza que nos deja Gobernadores del Rocío, no sin antes embriagarnos de tristezas.

Haití es el pueblo que no se da por vencido. A los dioses no les quedará más remedio que concederle la felicidad.