“Nos moriremos todos”… dice la vieja Delira y con su voz  triste, de quien ha trabajado mucho y al final de sus  años habita en la pobreza más devastadora, empieza la novela  Gobernadores del Rocío, del haitiano Jacques Roumain.
Delira muere de desesperanza, pero la llegada de Manuel, su  hijo, quien fue bracero en Cuba, cambia su vida  y  la de toda una comunidad de agricultores que ya no pueden sembrar  porque la tierra se degradó hasta convertirse en polvo inerte: no hay  agua, no caen las lluvias.
Quince años sufrió  la vieja Delira sin ver a su hijo, que un buen día llegó lleno de  ideas.  Ahora, su muchacho se  propone  llevar agua al poblado, por eso se interna en el monte en busca de  fuentes, de arroyos subterráneos.
Para lograr que el agua llegue, todos los campesinos deben  colaborar, pero a su ideal de unidad se oponen viejas rencillas de las  que son responsables patriarcas  muertos  que heredaron a los vivos sus viejos odios.
La tarea de Manuel, y también la de Delira que se involucra  en los planes de su hijo, es romper esa cadena de odios,   llevar el agua y salvar al pueblo.
No será fácil  llevar  esperanza  a esos viejos campesinos,  tampoco unir a los vecinos de esta historia que nos  permite conocer un poco, a través de los ojos de uno de sus grandes  escritores,  a Haití, que tanto necesita de  esperanzas, un mes después de que un terremoto devastara Puerto Príncipe  y otras ciudades.
Haití es el país  del arte que se hace de la nada: cualquier lata desechable, cualquier  yaguacil o tronco viejo se vuelve un mundo en manos de su gente.
Con sus artistas y sus Manuel y sus Delira, Haití construirá  un paraíso de las cenizas. Es lo que aprendí de Jacques Roumain, es la  esperanza que nos deja Gobernadores del Rocío, no sin antes embriagarnos  de tristezas.
Haití es el pueblo que no se da por vencido. A los dioses no les quedará más remedio que concederle la felicidad.
1 comentario:
Que bien poeta
Publicar un comentario