Les presento mi texto para el Mapa Literario de Santo Domingo, elaborado a partir del taller "Enfrentando la escritura creativa" impartido por los escritores Erika Martínez, Meg Petersen y Frank Báez. Otros relatos y poemas encantadores, junto con nuestro mapa interactivo, están disponibles aquí.
Nos robaron las aletas
No me impresionó. Demasiado letargo en los movimientos. Agua acumulada en vidrieras: vasos llenos, inservibles.
Los peces eran como juguetes plásticos moviéndose entre plantas acuáticas. Era fantástico y tonto. ¿Dónde estaba el mar? ¿Dónde los peces saltarines, el agua azul?
-¿Para eso me trajeron a la Capital?- pensé cuando vi el Acuario por primera vez. Había salido de mi pueblo a conocer el mar. Tenía ocho años, y dormí durante todo el trayecto. Desperté. Ante mí, un edificio enorme. Estaba cansada.
Cuando salí del Acuario, ahí estaba el mar. Nadie tuvo que enseñármelo. ¡Esa cosa azul, sonora, inmensa, tenía que ser! Nunca paraba de hablar, pero por minutos hice silencio. Luego, pregunté:
-¿Dónde están los peces de colores? ¡No se mueven entre las olas !
-Jajajaj- mami me haló las colitas con las que domaba el pelo crespo, mientras yo me alisaba con las manos un coqueto vestido dominguero.
Me fascinó entonces el misterio. Así que al menos ese día, sólo vería los peces en las vidrieras.
Bueno, había que regresar al pueblo sin olas. No, no, no les hablo de Bolivia, les hablo de Tamayo, un municipio dominicano, que tiene una playa cercana, en la provincia Barahona, a sólo 45 minutos de distancia. Y para nosotros el mar no existe.
-¿Cómo se hacen los caracoles?
-Pues, lo fabrican con piedras los artesanos-me dijo una prima de ocho años como yo, en un espacio invadido por el olor dulce, pegajoso, de los mangos. Y me pareció la respuesta más natural del mundo. En la cocina de mi abuela había dos de esas curiosas tonterías. Nunca, hasta que cumplí los diez años se me ocurrió pensar que vinieran del mar. Y creen los europeos que Dominicana es una eterna fiesta de playa.
Mis amigos y yo, al menos en los años infantiles, no fuimos confidentes del mar. Veíamos el mar como un misterio lejano. Las familias no iban a nadar a las playas, así que tuve suerte de descubrir el mar, aunque sin arenas, en la niñez.
Visitamos la playa en la adolescencia, durante la primera excursión escolar o de amigos, siempre acompañados de algunas de nuestras madres. Era como si lo hubiéramos conocido toda la vida. Nos acostumbramos a las corrientes tan distintas al río, a la tibieza de la arena, pero no sabíamos nadar en agua salada, nos desconcertaban esas olas.
-¡Cuidado muchacho, que eres un peje de agua dulce!-decían las madres que acompañaban al grupo al ver los intentos por nadar de sus niños, acostumbrados a las corrientes tranquilas del Yaque del Sur. Éramos peces cojos. Se nos habían deformado las aletas.
3 comentarios:
¡Me encantó!
Me facina como describes nuestras viviencia.
Nidia
E X C E L E N T E!! y como te dije antes, gracias por compartirlo y darnos el privilegio de leerte.
un abrazo fuerte,recibe.
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