sábado, 14 de marzo de 2009

Lissette Rojas, la escritora

Como les prometí, les dejo con más información sobre Lissete Rojas.En el Listín Diario pueden encontrar una crónica sobre la premiación del Concurso de Cuentos de Radio Santa María, en la cual se destaca que ella ha sido la primera mujer en obtener el primer galardón.. Si pasan por Diario Libre sabrán quienes son los otros ganadores.

Les dejo con “La Mosca que haría temblar Suiza”, uno de los cuentos de Lissete, contenido en un volumen premiado con una mención de honor por la Alizan Cibaeña.



La mosca que haría temblar a Suiza



Tan pronto abriste los ojos, te lanzaste de la cama, como expulsado por una fuerza misteriosa. Mala costumbre esa que tienes de limpiarte los ojos con el dedo índice y arrasar por instinto la legaña endurecida de tus ojos achinados de sueño.

Un hombre serio nunca falta a su trabajo, te dices, a menos que esté realmente muriéndose, a menos que los vientos de un temporal opongan una verdadera resistencia a la figura recia del campesino hombre madrugador.

Porque el hombre-hombre no se abandona en una cama por una gripecita. El hombre-hombre vive de sus manos, es un proveedor, tiene varios hijos y es un alma que sabe que un día sin jornal resulta un día perdido y de hambre.

Tú, sin embargo, no ves el trabajo como un castigo. Te gustan los campos de cacao, sus techos de ramas y su suelo que es un crujir de hojas a cada paso. Lo disfrutas. Puede decirse que te sientes un elegido cada vez que, con el alba, clasificas las mazorcas que se convertirán en chocolate, quizás el más fino de Suiza. Lo haz oído decir mil veces a los patrones cada vez que viene un visitante importante.

Como ahora, en esos instantes te quitas el sombrero y haces una reverencia, como todo un caballero, a los forasteros que pocas veces se dignan a mirar tu rostro y su sonrisa de escasos dientes. Pero tú ni te enteras. Tendrías que tener en alto los ojos para ver la mirada desdeñosa o glacial de los rostros que a regañadientes te devuelven tus buenos días solo por no quedarse con nada tuyo.

Es el patroncito con su novia, atisbas, cuando sus cuerpos son ya dos sombras recortadas contra el sol. Quizás se casen pronto, especulas sin dejar de colocar en un cesto gigante las mazorcas destinadas a acoger el cacao de primera calidad.

Hablan muy fuerte. Como nadie lo hace nunca en estos bosques de cacao. Retozan entre las plantas porque no saben, parece. Y esto debería saberlo todo el mundo: que estas son las horas del silencio, el tiempo de las mosquitas del cacao, las que polinizan las flores que luego se convierten en mazorcas cuyas semillas se convierten en chocolate.

Las moscas, quisieras decirles, solo trabajan en las primeras horas del día. Ni siquiera nosotros los campesinos las molestamos cuando ellas están laborando. Por la mañana, como a las seis, entramos silenciosos a las plantaciones y las dejamos que hagan lo que mejor hacen: polinizar.

Pero los amos siguen haciendo alboroto. Se escuchan risas, él la persigue entre los árboles mientras ella lanza gritos de falso miedo. Son unos niños, ponderas, alguien debe decirles que se callen y que no inquieten a las moscas.

Tras sopesarlo unos minutos, con el máximo de tu humildad por fin te acercas y dices: Ustedes me perdonan, niños, si me excedo, pero les voy a rogar que no hagan tanta algarabía. Es que las moscas se asustan y abandonan las flores de los cacaos.

Los niños te responden ¿y quién lo dice? Y tú les contestas que Crescencio Linares, a su orden, sin darte cuenta de que de muy buena fe vas firmando tu despido. Como ellos contestan solo con risas, te animas y sigues hablando con un afán didáctico que nadie te pidió.

¿Saben cómo es todo?, le preguntas al vacío que no te responde, pero igual le explicas que la mosquita mañanera entra a una flor, que casi siempre tiene una posición invertida y luego, la mosquita mañanera se mueve, como jugando, como haciendo piruetas, aunque sabe que es un trabajo serio, entonces los granos pegajosos de polen se pegan a su cuerpecito. Esta mosca podría hacer temblar a Suiza.

Pobre de mí, reflexionas, y sigues aunque que no te escuchen las risas burlonas que percibes por encima de tu cabeza gacha y tu vista fija en el suelo. En su vuelo la mosquita mañanera toma el polen de una flor macho y la lleva a una flor hembra que lo acepta y crea una mazorca y luego venimos nosotros en las mañanas, recogemos las que están listas y las clasificamos. No las cortamos muy cerca del cojín floral, saben, para no dañarlo, porque cada año la planta echa sus flores en los mismos cojines florales. Y si lo hacemos, nos perjudicamos nosotros mismos, que vivimos de esto.

Los pasos en las hojas te dicen que tus interlocutores se marchan. Justo ahora cuando viene lo mejor, pero no callarás. Tendrían que matarme primero: un hombre educado nunca le da la espalda a otro, siempre le da la oportunidad de terminar su conversación, sus argumentos. Eso es de caballeros. Hasta yo lo sé.


La polinización de las flores es producida por el viento, por el hombre, pero especialmente por los insectos. La mosquita mañanera es la que provoca la fecundación de la mayoría de las flores en las plantas, vociferas al aliento tibio de la tierra y tu voz vertical se pierde en la llanura.

La mosca en la génesis del cacao, susurran a lo lejos los oyentes burlones, pero tú ni te inmutas y les gritas que no se trata de cualquier mosca, es una mosquita muy delicada, ella trabaja en las primeras horas del día y si está lloviendo bastante no aparece su fecundación, tampoco si está muy nublado. Por eso, a veces, las plantas florecen y no hay una abundante cosecha. Pero siempre y cuando haya oportunidad, ella sale y hace su trabajo.

Los otros campesinos te dejaron solo. Te creen loco y perjudicial. Tú, en cambio, te consideras en extremo lúcido, profeta de estas tierras.

En cierta forma, le dices a la empalizada, la mosca es como un hombre serio: nunca falta a su trabajo a menos que esté realmente muriéndose, a menos que los vientos de un temporal le opongan una verdadera resistencia a su batir de alas madrugador.

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