domingo, 7 de marzo de 2010

Recuerdos de Costa Rica


Marito cuida y ama a esta vaca.


Un hombre feliz le canta a una vaca que es el objeto de su amor y sus desvelos; otro inventa juegos y los juega en plena vía porque decidió no sucumbir ante las rutinas que con frecuencia seguimos sin detenernos a pensar: ¿Estoy donde reside la felicidad? … Estampas que conservo de tres días de visita a Costa Rica.



En otro rinconcito de mi corazón viajero me quedo con el azufre del volcán Poás y con el ascenso por un bosque húmedo a una montaña que protege la laguna Botos, con sus aguas apacibles rodeadas de un bosque verde tan intenso que provoca deseos de de llorar de alegría por vivir en un mundo tan hermoso.

Y para meditar, luego de una caminata por el centro de San José y una visita a su Museo Nacional, un texto del historiador Víctor Hugo Acuña Ortega sobre los inmigrantes.

En un salón que rinde homenaje a los inmigrantes que contribuyeron a formar la Costa Rica de hoy, con imágenes- creo que a tamaño real- de varios grupos humanos, se destaca la cita: “Desde el fondo de los tiempos siempre hubo alguien antes que nosotros, alguien a quien desplazamos, alguien que nos marginó, alguien con quien luchamos y alguien con quien al final nos confundimos”.

Gracias a la cita llegué al texto completo de Elogio del inmigrante, en internet. Sólo por encontrar ese ensayo, valió la pena someterme a la tensión de buscar una visa en tres días, a pesar de que la embajada tica nos pide desde “certificado de buena conducta” hasta un documento migratorio en el que se registra y certifica cada entrada y salida del territorio nacional (por suerte me exoneraron de llevar esa extravagancia que ni los estadounidenses solicitan).

Luego de entrar a ese museo y leer el texto de Víctor Hugo olvidé el mal sabor de sufrir una inspección en la oficina de migración del aeropuerto Las Américas-y soportar las miradas suspicaces de oficiales y pasajeros- para comprobar si mi visa era “auténtica”.

Tampoco voy a recordar una discusión en un mercado de artesanías de San José donde intenté probar-¡Ay Dios mío, yo que no soy muy dada al orgullo nacional!- que a pesar de la percepción que se tiene allá de la migración dominicana, aquí hay personas tan buenas y tan malas como en todas partes… es más hasta dije-cual repetidora de clichés- que los dominicanos somos un pueblo de gente noble.

Me quedo con el señor que le canta a la vaca- quien me abrazó en plena calle-, con una noche de baile en el barrio México de San José, luego del trabajo –acompañada de maravillosos ticos, hondureños, nicaragüenses, panameños, guatemaltecos- y con esta frase del historiador que cambió mi viaje: “Así, haciendo la guerra y haciendo el amor descubrimos que pertenecemos a una sola y única humanidad”.

P.D. Un abrazo a todos los artesanos maravillosos con quienes conversé en el mercado que está cerca de la Plaza de la Democracia. Espero que le ganen el pleito a la fundación del presidente Oscar Arias y que no les cambien de lugar, al menos no a un sitio que ustedes no deseen. Estoy terminando de organizar algunos datos desde aquí, tal vez luego escriba algo sobre el tema.

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