Yo era Margarita, una princesa. Por momentos me desterraban de mi castillo. Pero, siempre volvía a mi rincón mágico, con mi hermosura y mis estrellas a vivir la felicidad.
Al castillo se entraba por las páginas de un viejo libro, ahora perdido de mis estantes.
"Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento".
Esta primera estrofa del poema que Rubén Darío le dedicó a una muchacha llamada Margarita Debayle, era la puerta de entrada al lugar de la fantasía, que tantas veces me acogió, cuando el mundo se volvía caótico y difícil de comprender, al final de la infancia.
Han pasado algunos siglos desde entonces, sin embargo, durante esta semana recordé mi antiguo mundo por asociación de nombre y género. Revisando la sección de literatura infantil de una librería junto a mis sobrinos, encontré a “Margarita y la Nube” de León David.
A mi sobrino Cristopher, de cuatro años, le encantaron las ilustraciones de Verouschka Freixas. Así que nos llevamos el libro a casa. Por supuesto, esta niña leyó el cuento-poema primero que todos.
Me gustó esa Margarita aventurera, oriunda de Puerto Plata, que viaja por un paraíso tropical de colores a bordo de una nube, junto a su amiguita Rosa. Me pregunto si podría ser amiga de la otra Margarita, la Margarita de mi castillo (ya yo no soy ella). La Margarita de Darío, le regalaría a la de David, música y dulzura. La Margarita dominicana compartiría con su tocaya aventuras y libertad.
Imagen: Enlace a Dominicana On Line, de Funglode
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