lunes, 24 de diciembre de 2012

Decorar la Navidad de todos...entre Santo Domingo y Baltimore

 



En los barrios populares de Santo Domingo la gente decora las calles para celebrar la Navidad. Los decoradores suelen ser jóvenes que luego disfrutan de su entorno de luces y alegorías navideñas con divertidas fiestas, que tienen como contraparte negativa el ruido ensordecedor que daña la convivencia de nuestra vida citadina y los excesos en el consumo de alcohol. Pero, como el ruido forma parte de nuestra cotidianidad, suelo ser indulgente con los ruidosos durante las fiestas navideñas.

No sé, pero hay algo hermoso en el hecho de que la gente se una para decorar una calle solo por el gusto de verla hermosa y disfrutar de las luces de colores. Habla de ese espíritu gregario y lúdico que las personas llevamos dentro, de la capacidad de disfrutar mientras creamos una obra colectiva.

Así que lejos de casa, extrañaba ver aquellas decoraciones colectivas, a veces algo barrocas, pero siempre alegres. En Baltimore, Maryland, disminuyó mi nostalgia. Como en los barrios populares de Santo Domingo, los vecinos de la Calle 34 o Calle de la Navidad, se ponen de acuerdo para decorar su vecindario.

 

Es una tradición que con el tiempo se ha convertido en atractivo turístico. Pesebres, luces de colores, comida callejera y venta de chocolate caliente. Lo admito, me encantan las ferias. Pocas cosas me resultan tan placenteras como caminar por este tipo de eventos y disfrutar de la alegría de los niños que gritan, corren y enloquecen a los adultos.
 
 
 
 
 
 


 
También me encantan los pesebres y su ingenuidad. ¿De verdad María tenía esa cara tan serena? ¡Pero si estaba recién parida! Las mujeres que he visto horas después de dar a luz tienen una cara que mezcla la alegría, el cansancio, el dolor, la sorpresa y el miedo, pero nunca esa serenidad angelical. Supongo que si María viese como la pintan en los pesebres se moriría de la risa.
Luego de mirar los pesebres me divertí con los trineos, con sus renos, sus Santa Claus y sus esperanzas de que habrá regalos para todos en todas partes del mundo.

 
Mientras caminaba con mi amiga pakistaní, de fe musulmana, y mi amigo holandés, educado como yo en la tradición cristiana-católica, pensaba en la magia de este tipo de actividades colectivas. No es sobre religión o tradición, es sobre la posibilidad de convivir no solo en paz, sino también con tanta alegría como sea posible, sin tanto miedo a “los otros”. Exactamente como los niños, que al menor descuido de sus padres se dedicaban a jugar y a hacer travesuras con los hijos de otras familias, sin importar si eran blancos, afroamericanos o lucían como se suponen que lucen los árabes o los latinos en el imaginario estadounidense. Ellos todavía no tienen miedo. Atrevidos, tocaban y curioseaban entre los árboles de Navidad, los Reyes Magos, y las imágenes del niño Jesús.
 

                                                                                                             

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