domingo, 30 de agosto de 2009

El Orgullo del batey Algodón


De vez en cuando queremos contar de forma distinta lo que ya contamos. Escribí este reportaje para CLAVE, pero quise reescribirlo con la libertad que da la ausencia de una fecha de cierre. Espero que como a mí, a ustedes les conmueva esta historia que encontré en el Batey Algodón.



Esta historia comienza con una alfabetizadora que no sabe leer ni escribir. Finaliza la década de 1980.

Una tarde cualquiera, debajo de un árbol, la maestra enseña español a un grupo de niños de distintas edades, cerca de las barracas donde viven apiñados trabajadores del azúcar. Entre el grupo, corretean dos pequeños que se convertirán en el orgullo del batey Algodón, en los dos primeros médicos oriundos de aquí.

Pero, esperen, de los “doctores” hablaremos en un momento. Ahora estamos detenidos en los ojos de Hilda Pérez, la peculiar maestra. Desde la puerta de su destartalada casa de madera, ella vuelve a vivir aquella época. Como hoy, alrededor del batey sólo hay matorrales, cañas y polvo. La carretera que conduce a Barahona, en el Suroeste dominicano, casi cruza por encima del caserío.

Junto a Hilda, a través de sus recuerdos, estamos en esta aula al aire libre, debajo de un árbol. El único recurso didáctico importante es una radio que transmite un programa de alfabetización. Hay además unas cuantas páginas, con las cuales la profesora intenta desenmarañar, también para ella, el significado de las letras.

Por los callejones del batey vemos, a través del recuerdo triste de Hilda, a los niños desnutridos, a los ex trabajadores del ingenio desempleados, a los jóvenes con sus planes de emigrar a Santo Domingo a trabajar en la construcción o en el servicio doméstico. Son descendientes de haitianos de segunda o tercera generación en una República Dominicana en crisis.

Luego, ella para de contar, de vivir en las nostalgias que le ha traído esta conversación. Reflexiona en el hecho de que en esa época la vida aquí era aún más dura. Y esto es mucho decir en una comunidad que aún ahora necesita que se construyan letrinas en muchos de sus hogares.

A pesar de las tristezas es una persona alegre. Por un momento ríe a carcajadas recordando su propia audacia “¡Yo le digo a usted la verdad, yo era una profesora analfabeta, lo que ellos iban aprendiendo, lo aprendía yo también!”

De regreso al presente, con una mirada cómplice a su marido Jusni Franciani, Hilda habla orgullosa de esos hombres jóvenes que pasaron por sus manos de maestra, de esos estudiantes de término de medicina que para ella todavía son muchachitos.

Uno de ellos, Pedro Antonio Jiménez, estudiante de término tenía en 1989, apenas cinco o seis años. Fue uno de los últimos escuchas de la alfabetización por radio en la provincia. Un chiquillo curioso que a través de ella se aproximó a la enseñanza.

El otro, Charison Yan Féliz, actualmente “médico interno” se alfabetizó casi por completo gracias a la voluntad de Hilda. “El donde quiera que va lo dice, que sus primeras enseñanzas fueron con RADECO (programa radial de educación radiofónica)”.

Hilda, está feliz. En unas cuentas horas, Pedro, uno de sus muchachos llegará al batey desde la Universidad Central del Este (UCE) en San Pedro de Macorís. Charison, su otro orgullo, no irá, porque debe hacer guardia en un hospital de Santo Domingo.

La promesa en el batey. Cuando Pedro llega, camina, como de costumbre, por todos los rincones del batey, donde la vida transcurre con pocas novedades, excepto por las tristes noticias de la pobreza que a nadie asombran por aquí.
Al saludar a un grupo de vecinas, se percata de que un niño de once meses que juega en el suelo sufre de una desnutrición crónica. “Hay que desparasitarlo y luego darle alimentos, porque no se gana nada con darle una medicina y que siga en el suelo y no coma", comenta.

Pedro es un sobreviviente de esta realidad. Los estudiantes de medicina lograron cursar su carrera de medicina en la UCE, gracias a una beca otorgada por la organización Niños de las Naciones, pues las familias, atrapadas en la pobreza, no tienen suficiente dinero para costear sus estudios.

Cuando Pedro continúe recorriendo los callejones, se enterará de otra noticia triste, pero asimilada con resignación en un lugar donde uno de los mejores sucesos del día puede ser un plato de arroz con una taza de habichuela y un poquito de carne.

El mes pasado cuatro niños de los aproximadamente 13 pequeños que buscan- para sobrevivir- aluminio y cobre en un vertedero ubicado a unos tres kilómetros de Algodón, estuvieron a punto de morir por consumir un salami caducado que encontraron en la basura.

Marino Féliz, de 13 años es una de las víctimas. Es hijo de Francia Deguizan quien, según cuenta, vive con su marido, cuatro hijos y otros nueve muchachos en una casa de apenas tres habitaciones.

El pequeño vende cobre y aluminio a unos conductores de camiones que pasan por la carretera que conduce a Barahona o a un hombre de su comunidad llamado Néstor Patricio Guzmán (Hari) que, según cuenta vende el material a otros compradores. Con el dinero que obtiene, compra chucherías para él y de vez en cuando le da dinero a su mamá.

Francia debe mantener la casa donde conviven unas 15 personas con un salario de RD$3,000 que gana como conserje en un país donde la canasta básica ronda en promedio los RD$18,000. De vez en cuando, su marido llega al hogar con RD$150 que obtiene como jornalero en predios agrícolas del pueblo de Fundación. Otras veces, su hermano, quien le dejó dos hijos a su cargo, envía algún dinero desde la capital, donde trabaja en la construcción. "El día que encuentro el arroz los muchachos se lo comen, el día que no jallo na, se queda así", dice resignada la mujer.

Su niño habla de un sueño para escapar de la necesidad: ser pelotero. Mira al estadio improvisado donde los muchachos juegan, hablando creole, hablando español, a ser como el toletero de grandes ligas David Ortiz.

Historias de coraje. A pesar de sus pesares, este niño tiene más suerte de la que han tenido los estudiantes de medicina que hoy son el orgullo del batey. No tiene que, como ellos, caminar cuatro kilómetros cada día para ir a la escuela básica en Palo Alto, pues desde 1998 hay una escuela primaria en el batey Algodón.

Luego de la primera alfabetización radial, los futuros médicos terminaron la educación básica a fuerza de caminar cuatro kilómetros al día, cuando no había dinero para pagar el transporte, es decir, casi a diario. "A mí no me gustaba la escuela, mi mamá todos los días salía con un palo para obligarme a ir. No me gustaba porque tenía que caminar a pie y como mi mamá trabajaba, a veces cuando volvía no tenía comida hecha", comenta Pedro, a carcajadas, mientras mira a su hermano Joel Antonio, quien trabaja como chófer en el consorcio azucarero.

Durante la educación primaria, su hermano fue mejor estudiante, pero finalmente decidió dejar los estudios para trabajar.

Además de estas dificultades, Pedro tenía que enfrentarse con la discriminación, que lo tocaba como bateyero y como descendiente de Bertha García Joseph, una mujer domínico-haitiana. "Los muchachos de los otros pueblos nos decían haitianos, bateyeros, cuando íbamos a la escuela, cuando jugábamos y uno siendo niño no entendía bien esas cosas, ahora no me importa", dice.

Contra el entorno. El pastor evangélico Desiderio Corniel, padre del “médico interno” Charison, cuenta que para que su hijo fuera a la universidad, hubo restringir el gasto de la casa, porque la beca no le era suficiente para tener una vida sin estrecheces.

"Yo les digo a los muchachos de aquí que aprendan, que estudien para que no sean como uno, que la azada sólo lleva para atrás, la escritura va hacia adelante", enfatiza el pastor, de nacionalidad haitiana, quien desde hace cuatro años tiene una parcela. Antes se dedicaba a cultivar tierras ajenas.

Pero, no todos podrán seguir con la escritura. Unos 15 estudiantes además de los dos que estudian medicina están en la universidad y 25 se encuentran en lista de espera. La organización no dispone de becas para todos y la mayoría de las familias no pueden costear los gastos.

Maritza Peña de Niños de las Naciones explica que Educación apenas paga cinco de los diez maestros que imparten docencia en la escuela básica, que alberga a 270 estudiantes.

La escuela fue construida y es mantenida por la asociación civil desde 1998, cuando se cumplió uno de los sueños de un batey donde algo ha cambiado, aunque la pobreza se imponga en los hijos de los braceros como antes en sus padres, trabajadores del azúcar.

Un hijo de Hilda, la alfabetizadora, es obrero y otro cursa el bachillerato y practica béisbol. Jusni Franciani, el marido de la maestra, un ex trabajador del ingenio, sueña con que su muchacho termine la universidad para que su familia empiece a dejar atrás la caña y el cemento.




La foto es de Pedro Jaime Fernández, salió publicada en Clave Diigital. Pueden ver la sesión de fotografías completa en este enlace.

domingo, 23 de agosto de 2009

Una compañera para ir al País de Nunca Jamás





1. “(…) el País de Nunca Jamás es siempre más o menos una isla, con sorprendentes manchas de color aquí y allá; y arrecifes de coral y naves que parecen volar a lo lejos; y salvajes y guaridas solitarias; y gnomos que son casi todos sastres, y cuevas por las que pasa un río; y príncipes con seis hermanos mayores; y una cabaña a punto de desmoronarse; y una anciana muy pequeña con la nariz torcida”


Hace tiempo que busco a una amiga para que me ayude a encontrar la ruta que conduce al País de Nunca Jamás. Quiero decirle al descarado de Peter Pan que venga a buscar su sombra. La dejó hace muuuucho tiempo colgada en mi ventana, creo que fue cuando viajamos a su Isla, que en ese entonces estaba lejos, lejos… después del Malecón de Santo Domingo.

Recuerdo que ese día nuestra amiga Wendy no quiso acompañarlo y el hada Campanita se hizo la despistada. Así que fui con él. Volamos por el Malecón. Los pescadores se asustaron y dijeron que dos muertos rondaban por la ciudad. Peleamos contra un monstruo malvado que no quería dejarnos entrar en la Isla y cuando lo vencimos, bailamos el Baile Divertido hasta que llegó el eclipse de luna. Luego, regresamos a la ciudad, Peter me dejó en mi casa y nunca más he vuelto a verlo.

Hace algunos meses invité a Wendy a esta aventura. Wendy es valiente, pero ya no recuerda a Peter Pan, ha crecido demasiado. Yo, como no dejé que pasara el tiempo en mi lado izquierdo, todavía sueño con él, aunque ahora uso tacones y traje sastre para ir al trabajo, uff ¡qué palabra más cansona!.

Desde entonces he intentado encontrar la ruta para llegar a la Isla por mi cuenta. No he podido. Ni volando por el mar de Santo Domingo, ni encogiéndome hasta caminar por las letras del libro de un duende llamado James Matthew que he recuperado para mi ventana mágica.

Sin embargo, conservo la esperanza. Hace dos día descubrí a una niña que, a lo mejor, me puede ayudar. Se llama Ashley, tiene cuatro años y es amiga y compañera de estudios de mi sobrino Cristopher.

“Ashley es chiquitita, pero valiente”, me dijo Cristopher, mientras teníamos una seria conversación sobre sus amigos del Kínder. Ashley dio muestras de su valentía cuando defendió a Cristopher de un niño que le mordió en el brazo.

Sólo conozco a la valiente -Cristopher dice que no le llame princesa sino niña- por fotos y por comentarios. Creo que ella es la chica indicada para descubrir la ruta que me lleve a Nunca Jamás. Pienso que con gusto me acompañará a devolverle su sombra a ese descarado. Me imagino que ha pasado muchos años buscando la sombra por todas partes.

Le diré a Ashley que pasemos unas vacaciones en la Isla. Tengo que apurarme, antes de que ella crezca, no vaya a ser que se convierta en una chica seria y sofisticada como la insoportable de Wendy.


1. (Barrie, J.M, Peter Pan, Santillana, 2006. Traducción de Gabriela Bustelo).

-En el libro, la sombra de Peter Pan se despega y Wendy le ayuda a recuperarla.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El Día de Desagravio

Amigas y amigos: les dejo con las palabras leídas por el periodista Juan Bolívar Días en la Fiscalía del Distrito Nacional por el Día del Desagravio a la Prensa.

Los periodistas y los trabajadores de la prensa de República Dominicana hemos declarado el día de hoy como el Día Nacional del Desagravio a la Prensa. Hace un año, en el Teatro Nacional, uno de nuestros colegas –el periodista Vianco Martínez- fue agredido de manera física y ultrajado moralmente por los nombrados Josué Vargas y Rafael Emilio Vargas, espalderos del empresario Saymon Díaz, y pese a los esfuerzos que hizo, su reclamo de justicia ha caído al vacío. Seguir leyendo en el blog que hemos creado para apoyar al colega Vianco Martínez

viernes, 14 de agosto de 2009

Solidaridad con Vianco Martínez



Amigas y amigos, quiero entusiasmarlos para que nos apoyen en este encuentro de solidaridad con Vianco Martínez, que como dice el afiche, será el miércoles 19 de agosto a las 10:00 de la mañana en el Palacio de Justicia de Ciudad Nueva.

Arbitrariedad contra periodistas

La colega Itania María ha colocado en su blog la noticia sobre la cancelación de periodistas en Telesistemas canal 11, al parecer por una decisión arbitraria. A los periodistas les exigían que trabajaran más tiempo por igual salario.¡Tan respetuosos ellos del Código de trabajo!

Me parece bien que los colegas exijan sus derechos laborales y me parece mal que los ejecutivos se olviden de que ellos también son peones, peones que luego salen apaleados de los medios. Les invito a conocer los detalles en el blog Palabras Libres de Itania María.

lunes, 10 de agosto de 2009

Panky, reconocido


Amigas y amigos: mi querido colega Panky Corcino ha sido galardonado por Jaycees 74. Les presento su breve, pero incisivo discurso, propio de su estilo.


Buenas noches a todos:

Diógenes Pina me dijo que no leyera estas palabras, pero Riamny Méndez me advirtió que lo hiciera porque, de lo contrario, correría el riesgo de venir a decir aquí que todos los políticos son corruptos.

Quiero agradecer a Dios que nos brinda la oportunidad de reunirnos. Y a Jaycees `72 por este importante reconocimiento.

Gracias, en mi nombre y el de todos y todas los colegas de mi generación que están convencidos de que un ejercicio honesto del periodismo es posible.

También quiero agradecer a mi padre, Félix Corcino Alcántara, porque estoy seguro de que en este momento está sonriendo, aunque hace algunos años que se despojó de su existencia material. A mi madre, María de Jesús Suriel, la mujer que le amó e hizo posible el milagro de nuestra presencia aquí esta noche.

Quiero dedicar este reconocimiento a mi esposa, la periodista Tania Molina, y a todos mis compañeros y amigos del semanario Clave y Clave Digital que apuestan a un mejor ejercicio del periodismo, y por lo tanto, a una mejor sociedad.

También quiero dedicar este premio a los jóvenes de los nuevos movimientos sociales que, como escribió German Marte esta semana en El Día, “rompieron el cerco mediático” para poner un espejo frente a esta sociedad y reflejar, con sus denuncias permanente, los actos de corrupción y las, digamos travesuras, que a diario cometen las clases política y empresarial dominicanas.

A todos esos jóvenes los exhortos a que sigan adelante, hasta que tengamos luz Segura o hasta que los procesados por corrupción gocen de suficiente salud para pulgar sus penas terrenales…

Muchas gracias a todos

Foto propiedad de César de la Cruz

domingo, 2 de agosto de 2009

Nosotras en Antigua, Guatemala




Una caribeña camina por Antigua y tiene frío, aunque la temperatura de la ciudad es de sólo 23 grados. Salió del hotel Las Farolas, una casona con un patio alegre de verde.

Camina por las calles de adoquines y mira unas montañas rodeadas de neblina y de nubes. El cielo también se encarga de recordarle que ha dejado el Caribe. Ese sol que apenas calienta y ese azul blanquecino son preciosos, pero sus ojos tienen que acostumbrarse a ellos. No los reconoce.

Se detiene en los detalles de las casas coloniales y busca vistas panorámicas para no perderse de regreso al hotel. Luego se entretiene en una tienda de artesanías donde un anciano maya, pequeñito, con su bastón de rey, intenta mirar el futuro. Desde el estante donde está colgado sólo ve finos manteles y regalos para turistas.
Los propietarios de estos negocios no son indígenas, le dirán después a la caribeña.



Ahora pasea por debajo de un balcón. Una mujer indígena, vestida con un traje típico, le habla: “cómpreme algo, son ocho quetzales, no he vendido nada seño”. La caribeña no sabe qué hacer. La artesanía es preciosa, pero todavía no ha visto muchas tiendas, ni ha ido al mercado. Tampoco le gusta la idea de que quien venda, ruegue, pero ¡este ruego es tan estremecedor!

Se impresiona, pero tiene poco dinero, así que fiel a su costumbre, regatea y regatea hasta que compra unos collares. Entonces se ve rodeada de vendedoras, una de ellas carga a un niño en la espalda. Todas quieren venderle algo. Todas han caminado kilómetros para vender sus muñequitas indígenas, sus quetzales de plata, sus piedras volcánicas. “Adiós”, se despide la caribeña que camina a encontrarse con unos amigos en una posada muy elegante. Quien sirve es una mujer indígena, mestiza tal vez.

Más tarde irá al mercado de artesanías: Una plaza con dos patios-al menos eso cree- cada uno con una gran fuente que sirve de florero. Un espectáculo para dar aún más vida a un mercado donde las telas reviven los colores de milenarias alegrías.

La caribeña sólo quiere mirar la artesanía, pero una niña le llama la atención. Es vendedora en una tienda y tiene, según cuenta, unos 12 años. Conversan sobre Guatemala y sobre el Caribe. La niña quiere saber y la caribeña también, así que después de explicar que en su país sólo se habla español, no como aquí que hay al menos otras 20 lenguas, la mujer-que desagradable son los turistas-interroga a la niña.

-¿Estudias?
-No, ya no voy a la escuela “seño”-dice con esa humildad que a la caribeña le parece excesiva, pero que en boca de una niña parece tierna.

-¿Hasta que curso estudiaste?

-Hasta quinto, ahora trabajo-dice la chiquita, que antes de que llegara la caribeña conversaba con una mujer de la etnia de origen maya quiché quien teje a mano un mantel. Ella es propietaria de un pequeño espacio en el mercado. Como muchas mujeres indígenas de Guatemala, a penas sabe leer.

La caribeña le comentó a la tejedora sobre las mujeres que deambulan vendiendo artesanías y ella le habló de los caminos a pie, de los asaltos, de los abusos a los que se exponen las mujeres que salen cada día a ganarse el pan en una ciudad muy segura y tranquila, pero demasiado cara para ellas. Sobre todo le habló de los días en que no venden nada.

Como los turistas, como la caribeña, ellas aquí sólo están de paso. La caribeña disfruta y ellas sufren la ciudad turística. Al final del día, les espera la pobreza de sus aldeas.



Es tarde y hay que regresar. Fuera del mercado: canciones y baile, una gran feria. Los últimos vendedores recogen sus trastos y cierran sus negocios.La plaza también tiene puertas que se cierran con candados y cadenas. En cada puerta hay policías.

La caribeña está extraviada y no encuentra a sus amigos, entra y sale de la plaza. Para ella el policía abre las puertas. ¡No se preocupe, para usted está abierta! dice el agente que sabe que la caribeña anda con otros extranjeros.
Los indígenas se marchan a sus pueblos y aldeas. La caribeña a un lindo hotel, una casona antigua, con un patio alegre de verde.

Fotos. 1. Mercado de artesanías. 2. Mujeres caminan por Antigua. 3.Coche, en el que se ofrece a los turistas el servicio de tours. La primera foto es cortesía de mi colega costarricense Ruth Piedra. Las otras dos imagénes son cortesía de Danilo Antúnez, periodista hondureño.